El Oro de Los Capablanca
Por Bernabé Pérez

 

Luego de naufragar cerca de las costas de Florida, Álvar Núñez Cabeza de Vaca atravesó Norteamérica a pie.

Tras cuatro años de marcha con el sol delante encontró españoles en California.

Sus paisanos lo creyeron loco al ver lo que había quedado de él. Parecía mitad salvaje, mitad humano. Decía haber conquistado grandes territorios para su majestad Carlos I de España.

Tres compañeros de naufragio y recorrido daban testimonio de ello.

No quedaba sino mandar al conquistador a la ciudad de México para que la Real Audiencia dispusiera qué hacer.

Las historias de Cabeza de Vaca causaron revuelo en la capital novo-hispana y no faltaron los emprendedores. Fue el caso de Juan de Olid, quien partió de Zacatecas al frente de otros peninsulares y fundó la ciudad de Paso del Norte. El tiempo le dio la razón don Álvar. En el siglo XVI España comenzó a sacar oro de California y a llevarlo, vía ciudad de México y Veracruz, a Europa.

En el siglo 17 hubo una banda conocida como los Capablanca, famosos por ser hábiles con el disfraz y la pistola. Siempre a caballo, siempre veloces, siempre con capuchas y capas blancas.

Por doce años los Capablanca hicieron inútiles los intentos de las autoridades coloniales por echarles el guante y llevarlos al cadalso. En sonora, en Sinaloa, Nayarit, Zacatecas y Durango, todo mundo los había visto alguna vez cabalgar de noche. Si se metían con la gente era sólo para ayudarla. Hubo recompensas por ellos, pero no quien las hiciera buenas. Según los cálculos de un contador del Virrey, el grupo debió juntar más de dos mil "barras" de oro; una pieza española apenas más pequeña que el lingote.

Un día, en Aguaprieta, amanecieron frente al ayuntamiento doce capuchas blancas, doce rifles, doce pistolas. No eran armas registradas en el ejército. Nadie las podía reconocer. Las autoridades desconfiaron. Debía ser una forma de despistar, de hacer creer que dejaban el crimen para redoblarlo. Era una burla. Pero jamás volvieron a aparecer. Había asaltantes de carretas de oro, sí, pero no con capa y estilo famoso.

El gobierno colonial afinó el sistema hacendario en el norte del país, en búsqueda del nuevo rico que pagara cuentas con oro inexplicablemente californiano. Más no hay ningún registro de que lo hubieran hallado.

La misteriosa desaparición del famoso grupo los hizo leyenda en la cultura novohispana. ¿Qué hicieron con el oro? ¿Dónde lo gastaron sin que el gobierno se diera cuenta; lo sacaron de la colonia? ¿Tenían modo de alterarlo, de hacerlo pasar por oro de cualquier lugar?

A principios de 1900, José Mesa, profesor normalista, acomodaba los libros de la biblioteca jesuita de Guanajuato cuando encontró, dentro de un libro, una carta firmada por Arturo de Gamboa y Martínez, que decía que el tesoro de los Capablanca estaba en el Peñón del Diablo, en Zacatecas.

Mesa no tardó en llegar con una expedición al sitio. En las coordinadas exactas pegaron con martillo y una roca se abrió descubriendo una cueva. Adentro había diez cadáveres cuyas ropas estaban destruidas por el tiempo. Había huellas de intentos de fuga a través de las paredes, el piso y el techo y se hallaron dos monedas de oro; el único metal que había en la cueva.

Tras su hallazgo, Mesa escribió la hipótesis más válida acerca del tesoro de los Capablanca: alguno de ellos los llevó a ese lugar y junto con algún o algunos cómplices los desarmó, los metió a la cueva y los encerró con la piedra. Los traidores debieron ser los mismos que dejaron las ropas y las armas en Aguaprieta.

Mesa investigó además el libro, cuyos sellos y pastas corresponden a los que la familia Olid mandaba a hacer a España, de modo que quien se quedó con el oro pudo ser uno de los descendientes del fundador del Paso del Norte, entonces familia influyente y poderosa.-

FUENTE:ocexcelsior.com