Virtudes Choique
Autor: Joaquín Durán
Había una vez, una escuela en medio de la montaña. Los chicos que iban a estudiar llegaban a caballo, en burro, en mula o en patas.
Como suele suceder en estas escuelitas perdidas, el lugar tenía una sola maestra, una solita, que amasaba el pan, trabajaba una quintita, hacía sonar la campana y, también, se encargaba de la limpieza.
Me olvidaba: la maestra de aquella escuela se llamaba Virtudes Choique. Era una morocha más linda que el 25 de Mayo. Y me olvidaba de otra cosa: Virtudes, además, ordeñaba cuatro cabras, y, encima, era una maestra llena de inventos, cuentos y expediciones.
Virtudes vivía en la escuela. Al final de la hilera de bancos, tenía un catre y una cocinita. Allí vivía, cantaba con la guitarra y también sabía golpear el bombo y la caja.
Y ahora viene la parte de los chicos.
Los chicos no se perdían un solo díá de clase.
Principalmente, porque la señorita Virtudes tenía tiempo para ellos, sabía hacerles mimos y, de vez en cuando, hasta jugaba al fútbol con ellos. En último lugar, estaba el mate cocido con leche de cabra que Virtudes servía cada mañana.
Un día, uno de sus alumnos, Apolinario Sosa, volvió al rancho y dijo a sus padres: «Miren... miren lo que me ha puesto la maestra en el cuaderno». Y vieron unas letras coloradas. Como no sabían leer, pidieron al hijo que lo hiciera; entonces, Apolinario leyó: «Señores padres: les informo que su hijo Apolinario es el mejor alumno».
Los padres de Apolinario abrazaron al hijo, porque, si la maestra había escrito aquello, ellos se sentían bendecidos por Dios.
Sin embargo, al día siguiente, una chica llevó a su casa algo parecido. Se llamaba Juanita Chuspas, y voló con su mula al rancho para mostrar lo que había escrito la maestra: «Señores padres: les informo que su hija Juanita es la mejor alumna».
Pero acá no iba a terminar la cosa. Al otro día, Melchorcito Guare llegó a su rancho chillando como loco de alegría:
«¡Mire, mamita...! ¡Mire, tata...!
La maestra me ha puesto una felicitación de color colorado, vean: “Señores padres: les informo que su hijo Melchorcito es el mejor alumno.”
Y así los cincuenta y seis alumnos de la escuela llevaron a sus ranchos una nota que aseguraba:”Su hijo es el mejor alumno”.
Y así hubiera quedado todo, si no fuera porque el boticario. Don Pantaleón Minoguye, apenas se enteró de que su hijo era el mejor alumno, dijo: “vamos a hacer una fiestita. Mi hijo es el mejor de toda la región. ¡Sí! Hay que hacer un asado con baile. El hijo de don Pantaleón Minoguye ha honrado a su padre y, por eso, lo voy a festejar como Dios manda».
El boticario escribió una carta a la señorita Virtudes. La carta decía: < Mi estimadísima, distinguidísima y hermosísima maestra: el sábado que viene, voy a dar un asado en honor a mi hijo, y usted es la primera invitada. Le pido que avise a los demás alumnos para que vengan al asado con sus padres, muchas gracias. Beso sus pies. Pantaleón Minoguye: boticario».
Imagínense el revuelo que se armó.
Ese día, cada chico voló a su casa para avisar del convite.
Y, como sucede siempre entre la gente sencilla, nadie faltó a la fiesta.
Bien sabe el pobre cuánto valor tiene reunirse, festejar, reírse un rato y cantar, saludarse, brindar y comerse un asadito de cordero.
Por eso, ese sábado, todo el mundo bajó hasta la casa del ,boticario, que estaba de los más adornada. Ya estaba el asador, la pava para el mate, varias fuentes de pastelitos y tres mesas puestas una al lado de la otra.
Enseguida se armó la fiesta. Mientras la señorita Virtudes cantaba una baguala, el mate iba de mano en mano, y la carne de cordero se iba dorando.
Por fin, don Pantaleón dio unas palmadas y pidió silencio.
Todos prestaron atención. Seguramente, iba a comunicar una noticia importante, ya que el convite era un festejo.
Don Pantaleón tomó un banquito, lo puso en el medio del patio y se subió.
Después hizo «ejemm... ejemm», y, sacando un papelito, leyó el siguiente discurso: «Señoras, señores, vecinos, niños. Queridos convidados. Los he reunido a comer el asado aquí presente, para festejar una noticia que me llena de orgullo. Mi hijo, mi muchachito, acaba de ser nombrado por la maestra, doña Virtudes Choique, el mejor alumno. Así es, nada más, ni nada menos...».
El hijo del boticario se acercó al padre, y le dio un vaso con vino.
Entonces, el boticario levantó el raso y continuó:
< Por eso, señoras y señores, los invito a levantar el vaso y brindar por este hijo que ha honrado a su padre a su apellido y a su patria. He dicho».
Contra lo esperado, nadie levantó el vaso. Nadie aplaudió, nadie dijo ni mu.
Al revés. Padres y madres empezaron a mirarse unos a otros, bastante serios.
El primero en protestar fue el papá de Apolinario Sosa:
«Yo no brindo nada», dijo. «Acá el único mejor es mi hijo, el Apolinario» ...
Ahí nomás se levantó, obrado de rabia, el padre de Juanita Chuspas, para retrucar: «Que están diciendo, pues, acá, la única mejorcita de todas es la Juana, mi muchachita».
Para ese entonces, ya se escuchaban los gritos de los demás, porque cada cual desmentía al otro, diciendo que el mejor alumno era su hijo. Y que se dejaran de andar diciendo mentiras.
A tal punto, que don Sixto Pillén agarraba de las trenzas a doña Dominga Llantos, y todo se iba para el lado del demonio, cuando pudo oírse, entonces, la voz firme de la señorita Virtudes Choique.
«Párense... cuidado con lo que están por hacer. Esto es una fiesta»
La gente bajó las manos y se quedó quietita.
Todos miraban fiero a la maestra; por fin, uno dijo:
«Maestra: usted ha dicho mentira. Usted ha dicho a todos lo mismo».
Entonces, sucedió algo notable. Virtudes Choique empezó a reírse como loca y por fin dijo: «Bueno... ya veo que ni acá puedo dejar de enseñar. Escuchen bien y abran bien las orejas. Pero abran también el corazón. Porque si no entienden,
adiós fiesta, y yo seré la primera en marcharme».
Todos fueron tranquilizándose y tomando asiento.
Entonces, la señorita habló así:
«Yo no he mentido. He dicho la verdad. Verdad que pocos ven y por eso no creen. Cuando digo que Melchor Guare es el mejor, no miento; él no sabrá las tablas de multiplicar, pero es el mejor arquero de la escuela cuando jugamos al fútbol.
«Cuando digo que Juanita es la mejor, tampoco miento. Porque, si bien anda floja en historia, es_ la más cariñosa de todas. Y "guando digo que Apolinario Sosa es el mejor alumno, no miento: Y Dios es testigo de que, aunque es desprolijo, es el más dispuesto a ayudar en lo que sea.
« Y mucho menos miento cuando digo que aquél es el mejor en matemáticas... pero me callo si no es servicial. Y aquel otro es el más prolijo. Pero no digo nada si le cuesta prestar algo a sus compañeros. Y aquella es peleadora, pero escribe unas poesías preciosas, y así podría seguir enumerando las cualidades y las falencias de cada uno.
« ¿Debo seguir explicando? ¿Acaso no entendieron? Soy la maestra y debo construir el mundo con estos chicos. Pues entonces, ¿con qué levantaré la Patria? ¿Con lo mejor o con lo peor de cada uno?».
Todos habían ido bajando la mirada. Los padres estaban más bien serios.
Los hijos, en cambio, sonreían contentos.
Poco a poco, cada cual fue buscando a su chico y lo miró con ojos nuevos. Porque siempre habían visto principalmente sus defectos y, ahora, empezaban a sospechar que cada defecto tenía una virtud que le hace contrapeso. Y que es cuestión de estimular y premiar lo mejor. Porque es con eso que se construye mejor.
Cuenta la historia que el boticario rompió el largo silencio, diciendo: « A comer... la carne ya está a punto, y el festejo hay que multiplicarlo por cincuenta y seis».
Comieron más felices que nunca.
Brindaron, jugaron a la taba, al truco, y a la escoba del quince... y bailaron hasta las cuatro de la tarde.