Cuando todo se mece sobre el párpado abierto de la noche y se oyen las pisadas de los últimos porteadores de sueños que se alejan, cuando la luz ya es término arterial que la memoria traza desde dentro y oímos germinar sin acritud el talar de la sangre bajo el peso de un labio, ella se enciende sola.
Mi lámpara rebelde arde como áspera piel de las sirenas, disemina palabras que son naipes sin luz sobre la hierba.
Las bautiza las hunde en las diademas de la noche.
Es horrible ser dos inútilmente y por eso la dejo gozar de mi tristeza, nadar contracorriente en la crecida de otra voz que no alumbra la ceguera y se enciende tal vez más allá de nosotros.