Busco un lugar callado y tranquilo para entrar en el silencio y disfrutar de un momento sagrado de oración y meditación. Gozo de la paz y de la serenidad que siento en mí y a mi alrededor. Si surgen distracciones, no me inquieto sino que me centro de nuevo en la presencia de Dios. Visualizo que la luz divina me envuelve.
Veo que mis seres queridos y yo estamos en el centro de esa luz, en medio del abrazo de Dios, rodeados de paz eterna. Mi cuerpo, mente y espíritu están tranquilos. Cuando estoy listo, regreso a las actividades cotidianas y llevando conmigo la experiencia que he disfrutado en el silencio. Expreso paz y serenidad en todo lo que pienso, digo y hago.
Después de despedir a la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo. —Mateo 14:23
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