UN SEÑOR MUY VIEJO CON UNAS ALAS ENORMES
GABRIEL GARCIA MARQUEZ Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la casa, que Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos en el mar, pues el niño recién nacido había pasado la noche con calenturas y se pensaba que era a causa de la pestilencia. El mundo estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza, y las arenas de la playa, que en marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y mariscos podridos. La luz era tan mansa al mediodía, que cuando Pelayo regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver que era lo que se movía y se quejaba en el fondo del patio. Tuvo que acercarse mucho para descubrir que era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas
¿Te imaginas que de repente un ángel cayera en el patio de tu casa? ¿Qué harías, cómo te comunicarías con él, qué le dirías, qué le ofrecerías de comer? Pues con este inusual acontecimiento comienza un cuento del escritor colombiano Gabriel García Márquez
"Un señor muy viejo con unas alas enormes" (1968) nos habla del lamentable estado de un viejo ángel, caído durante una tormenta en el patio de una casa. Los dueños del lugar, Pelayo y Elisenda, abusarán de la enorme paciencia de este increíble ser al que exhibirán en un gallinero como una atracción de circo. Este extraño visitante causó un gran revuelo: se formaron interminables filas de curiosos y fieles, que pagaban cinco centavos por ver al ángel, pues creían que a través de sus milagros les podía resolver sus vidas.
Pero el gran éxito terminó cuando, entre muchas otras atracciones de la ferias errantes del Caribe, llevaron al pueblo el espectáculo triste de la mujer que se había convertido en araña por desobedecer a sus padres. A partir de ese momento el pueblo dejó de mostrar interés por el viejo ángel y lo olvidaron en el gallinero. El problema de este ángel es que era demasiado humano y su achacosa figura causaba una gran desilusión, ya que la gente estaba acostumbrada a pensar en ángeles jóvenes y hermosos: la existencia de sus alas se veía como algo fuera de lugar, pues estaban unidas a un cuerpo débil y arrugado.
Si algo tenía de sobrenatural, era su gran paciencia; y cuando el resto de la gente había olvidado su condición celestial, el ángel empezó a mudar de plumas durante noches interminables de fiebre, en las que deliraba trabalenguas en noruego viejo. Una mañana sorprendieron al ángel dando aletazos de buitre senil hasta que logró ganar altura, y a partir de ese momento, dejó de ser un estorbo en sus vidas, al punto de volverse imaginario en el horizonte del mar.-
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