Fábula rebañega
Por salirme del rebaño a buscar mis propias sendas para hallar nuevos parajes sin hollar y sin malezas, un terreno placentero de praderas más amenas, regadas por claros ríos tal sus fértiles arterias y alejarme del redil de la masa rebañega, los pastores lugareños me tildan de oveja negra, una oveja descarriada que bala en versos sus quejas que ya el rebaño no escucha por congénita sordera.
Del hatajo amodorrado me aparto por diferencias en el sentir, el balar y el pensar con la cabeza. Los hatos van cabizbajos, mirando sólo la hierba por lograr buenos bocados y sólo en su pienso piensan; una vez plena su panza, borreguilmente se alegran, balan, brincan, se solazan… para espantarse sus penas. Conducido por pastores, el rebaño pastorea los pastos de la campiña bajo vigilancia férrea, ayudados por mastines dispuestos a usar la fuerza si alguna res del redil se va lejos de la cerca.
Yo prefiero ir cabizalto por mirar a las estrellas a ver si, en mi oscura noche, alguna de ellas me orienta y hallo senderos no hollados que me lleven a otras tierras de nuevos pastos que alivien las milenarias anemias. Renuncio a rancias costumbres, avinagradas, acedas, tan reacias al progreso por mirar hacia otras épocas; nos llevan a un conformismo castrante, de complacencia y nos dan humos… sin llama que anubarran las conciencias. A esas rutas rutinarias, marcadas por tantas huellas de gregarias transhumancias, prefiero angostas veredas para subir a las cumbres entre frondosa arboleda y así balar con altura de miras…, desde las peñas y, allí, poder meditar bajo alguna sombra fresca, entre balsámicas brisas que mi mente me despejan; en soledad absoluta, me voy poblando de ideas con que compongo balidos bajo forma de poemas.
Mas al lanudo tropel parece que le molesta que yo dedique mis ocios al cultivo de las letras. Piensa que soy peligroso por esta afición perversa de escribir versos adversos a tradiciones señeras, de cultivar la cultura, que enriquece la existencia y ensancha los horizontes más allá de la materia, de sembrar mis inquietudes en las límpidas parcelas del papel por despertar tantas dormidas conciencias y pretender redimir de culturales carencias a convecinos congéneres con una actitud fraterna y dejar, en testimonio de amor, mi herencia libresca por si sirviera a mi gente de benéfica receta.
A tanto amor sin desmayo, a tanta cordial querencia, a tantos nobles afanes, a tanta lírica siembra, responden con actitudes de una indolencia chulesca y con balidos de infamia por indigna recompensa.
Tengo en las trojes del alma almacenada una ubérrima cosecha de desengaños, desprecios, maledicencias… Un tribunal pastoril me ha condenado a la pena de distancia y de silencio en severa cuarentena; teme que exista un contagio de mi lírica demencia y toda la prole ovina sufra una funesta histeria y despierte de sopores seculares, de su siesta tras siglos de “pan y circo” en una nefasta fiesta.
Por salirme del rebaño a buscar mis propias sendas, aunque les doy blanca leche, me tildan de oveja negra.
Wenceslao Mohedas
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