Siento tus firmes manos posarse sobre mis blancas palomas, acariciando mi piel cual suave terciopelo y en mi cara tu aliento que me quema, bebiéndote con avaricia mis besos.
Tus manos siguen la senda de
mi desnudo cuerpo y desembocan en los oscuros
rincones de mis deseos, y allí, cual firmes centinelas del mayor tesoro que poseo, y cual ladronas de cuento, se apoderan de mi voluntad de hierro.
¡Yacimos! yacimos durante mucho tiempo, tu has hecho que me olvide del mundo, que ya nada importe en mi pensamiento, por ti, me dejé robar hasta el último suspiro, te has convertido ya, en mi dueño.