Tierra hambrienta, maternal atracción; sepultura vacía en asedio amoroso; sólido mar de espera en el que presiento y siento el reposo para mis pies cansados; yo capto el lento ascenso de tus leves caricias arropando mis ansias y escucho en mi conciencia tus palabras de aroma cortejando mi cuerpo.
Tierra y vientre, acecho infatigable que se posa en mi piel como sedienta brisa de un agresivo amor que me persigue... yo sé que tu energía circula por mis venas y que somos, los dos incompletas fracciones que buscan refundirse.
Soy tuyo, madre tierra: me invade el parentesco inevitable y hondo de tu ritmo en mi sangre, porque pese a mi miedo, a mi apego a la vida, hay algo en mis adentros que espera y desespera por regresar a ti...
Mi vegetal instinto, mis árboles de fiebre sin raíces ni sitio, están pidiendo ansiosos su parcela segura, su isla inamovible donde dormir a solas su letargo yacente.
Tierra voraz, oscuro hogar bendito donde el dolor se apaga, yo quiero reposar bajo tus sábanas de secretas ternuras germinales y así, cual la semilla que se oculta en tus húmedas tinieblas resurge transformada: ya en la longeva beatitud de un árbol o en los brotes de flores temporales que las lluvias despiertan en los campos: renacer de tu entraña y subir los peldaños que en la escala de vidas mi evolución alcance; porque vengo de ti, soy lodo en trance que a fuerza de nacer y de morir, ha de llegar a definir su escencia para ser en el cosmos vida eterna.
Tierra insaciable, intimidad perfecta, cuando caiga en tu seno incinera mi carne, y después, con amor alienta mis cenizas, porque quiero proseguir cultivando mi poesía, al volver a vivir con nuevo cuerpo.
De Nocturna palabra, 1960 |