Atardecía en el Palazzo Ferragosto. Las legendarias paredes de luz se perdían entre las olas frente a la Gruta Azul.
Verónica, apasionada y concienzuda como siempre, estaba terminando su labor.
Esta vez había obtenido acercar la moda más aún al ideal que se fijó años atrás, la moda-desnudo, para lo que había logrado diseñar tatuajes, piercings y dibujos para el cuerpo de una espectacularidad sin igual, que reemplazaban toda prenda de vestir.
Se encontraba a punto de cerrar, por nueve meses, sus oficinas en París, Cancún, Sevilla y Milán. Ya había convocado a su cuerpo de colaboradores a fin de, en los tres meses próximos, preparar las estrategias de este año en Sidney, El Cabo, Buenos Aires y Río.
¡Tenía tanto que hacer! Diagramar radiaciones para un tostado caribe más intenso, prever las variaciones del agujero de ozono... tanto... ¡y cada vez más complejo...!
Además, su hermano Otto llegaría en cualquier momento con su ropaje de ojarasca y quería dejar el transparente chalet en orden.
Prímula, su hermana, rió con gusto al verla tan diligente. Sintió la tentación de esconderle el amarillo arena, pero recordó el arranque de furia de Verónica -la terrible inundación de su llanto- la última vez que le había gastado una chanza parecida.
-¿Tú no estás acomodando nada? ¡Mira que ya tendrías que estar en Argentina, Chile, Australia...!- la urgió Verónica, tan responsable ella.
-¡Si estaré en instantes!- protestó Prímula entre risitas.
-Pero no tienes nada preparado! Como siempre... irresponsable...
-¡Eres un pelmazo, hermanita! Ya las golondrinas me llevarán lo que necesito.
-¿Las golondrinas?- la miró Verónica, altiva -Lo siento, niña, las golondrinas ya están contratadas desde marzo pasado. Ellas llevan mis cosas, para preparar el 21 de diciembre del Sur y la magia de mi verano.
-Sí... pero ayer me dijo una que van a hacer lugar para mis semillas de encanto, apenas pesan...
-¡Ah! ¡negligente! Tres meses sentada...- dio media vuelta Verónica, molesta, lo que aprovechó Prímula para sacarle la lengua.
-¿Llevas al menos la lista de hoteles?- se volvió Verónica, dando apenas tiempo a su hermana para disimular la burla.
-¿Hoteles? Lo de la "temporada alta" es cosa tuya. A mí me basta el amor en una carpa, en una pradera, en un auto...
Verónica se fue, tomándose la cabeza.
Prímula abrió su pequeña mochila verde estampada con flores de colores y extrajo la caja de bombones rosada con forma de corazón. Verificó que allí estuviera lo que había guardado. Todo su equipaje. Suspiró aliviada.
El grácil flamenco de alas color salmón que llegaba desde el Sur giró en torno suyo con un planeo de exquisita elegancia e hizo pie a su lado, manteniéndose en una sola pata roja.
Ya Prímula se acomodaba en el mullido lomo para su viaje al Sur cuando vio regresar a su hermana.
-¿Llevas los pimpollos?- le recordó ésta, imperativa -¿No te olvidas de las yemas verdes para decorar las ramas grises de invierno? ¡No veo que hayas cargado las brisas tibias! ¿cómo crées que remontarán los niños sus cometas?- fue ya un reproche.
-¡Basta, Verónica!- perdió Prímula, por fin, su paciencia -¡todo lo que necesito lo llevo aquí!- exhibió la caja de bombones rosada en forma de corazón.
-¿Ahí?- la voz de Verónica fue incrédula -¿Ahí llevas las abejas para besar a las flores? ¿los mil perfumes de los prados? ¿el arrullo de las palomas? ¿los atardeceres nostálgicos?... ¡Por favor...! Lo dices por orgullo. Te debes estar olvidando de la mitad de las cosas ¡Ah, si no tuvieras a tu hermana...!
-Si ¡aquí! Ven, prueba- la desafió Prímula.
Verónica se acercó a su hermana, que ya estaba lista para el viaje, con escepticismo.
Prímula entreabrió la caja... una pizca de aire de primavera se escapó por el resquicio que cerró inmediatamente.
Verónica sintió, entonces, la vida.
Ante sus ojos todo floreció y su pecho palpitó de rubores.
Vio como, por el cielo, en su flamenco con reflejos lilas del atardecer, Prímula se alejaba para crear la primavera en las tierras del Sur. Y en su corazón, de pronto embelezado, brotó una pena de amor.