"Dies Faustus... El Cónsul miró su reloj. Tan sólo por un momento, un horrible momento en el París, creyó que era de noche, que era uno de aquellos días en que las horas pasan deslizándose al igual que los corchos que se mueven sobre el agua tras la popa, y en las alas del ángel de la noche arrastran la mañana en un abrir y cerrar de ojos: pero hoy parecería estar ocurriendo todo lo contrario: eran apenas las dos menos cinco. Ya era el día más largo en toda su experiencia, una vida entera; no sólo no había perdido el camino, sino que tendría tiempo de sobra para más copas. ¡Si tan sólo no estuviera borracho! El Cónsul desaprobaba enérgicamente esta embriaguez.
Conscientes de su estado, lo acompañaban, jocosos, los niños. Money, money, money farfullaban. ¡O.K. mister! ¿Juérhar yu go? Se colgaban a sus pantalones y sus gritos se desanimaban, debilitándose y dejaban traslucir su desilusión. Le habría gustado darles algo. Y a pesar de ello, no quería atraer más la atención. Vio a Hugh y a Yvonne que probaban su suerte en un puesto de tiro al blanco. Hugh disparaba e Yvonne observaba; ffut, psst, pffing; y Hugh abatió una procesión de patos de madera.
Sin que nadie lo viera, el Cónsul tropezó con un puesto (en el que uno podía fotografíarse con su novia, sobre un fondo aterradoramente tempestuoso, verde y espeluznante, con un toro que embestía y el Popocatépetl en erupción) y pasó con el rostro vuelto a otra parte, frente al lastimosos Consulado Británico, cerrado, donde el león y el unicornio desde el escudo de color azul desteñido le contemplaron apesadumbrados. ¡Qué vergüenza! Pero seguimos, a pesar de todo, estando a tu servicio, parecían decir. Dieu et mon droit. Los niños lo habían abandonado. Sin embargo, había perdido el rumbro. Iba llegando al límite de la feria. Cerradas se alzaban allí misteriosas tiendas de lona, y yacían desplomadas o dobladas. Las primeras parecían casi humanas, despiertas, en espera; las otras, tenían el aspecto arrugado y encogido del hombre que, a pesar, de estar dormido, anhela, aun en su inconsciencia, estirar los miembros. Más allá, en las lejanas fronteras de la feria, era, de hecho, Día de Muertos"
("Bajo el Volcán", Macolm Lowry. Seix Barral, 1985)