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General: EL CUENTO DE HOY:Erase una vez... ¿usted o yo
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: GRACIELALL  (Mensaje original) Enviado: 31/05/2010 03:19

EL CUENTO DE HOY:Erase una vez... ¿usted o yo

 

Erase una vez... ¿usted o yo?

Gloria Montotya Echeverri

juecesyfiscales.org

 

 

La alborada ofrecía toda su plenitud y los colores del cielo presagiaban un día caluroso.

En la casa, dispuesta meticulosamente para servir de albergue, vivían José Agustín Acevedo Mendieta, su esposa Clara Eugenia y sus dos hijos mayores, estudiantes universitarios de la carrera por la que optó su progenitor. Estaban rodeados de un sinnúmero de comodidades y privilegios, pero sus vidas no se cruzaban. Era un recinto en el que vivían los de la misma sangre, pero sin el gozo del encuentro familiar.

José Agustín, metódico y lector infatigable, hacía mucho se había levantado y se disponía, como todos los días, a retomar las faenas que por su oficio había pospuesto. Tenía cientos de libros y artículos arrumados que esperaban apaciblemente su tumo y aunque mucho se esforzaba poco disminuía su cantidad. Todos ellos eran de literatura, algunos de avances científicos y no pocos de filosofía del derecho, los que se mantuvieron reservados para su jubilación y supuso menos importantes para el oficio de juez, que durante toda su vida ejerció.

Era un hombre silencioso, ensimismado, poco dado a los afectos y muy reservado con los demás. Cualidades que consideró necesarias para su ocupación y le permitieron no ser el blanco de la animadversión o de las malquerencias de sus iguales. Creyó ser la palabra de la ley, como se le había repetidamente enseñado y, por tanto, leía profusamente los textos legales, los tratados que salían a la luz pública y, por supuesto, la jurisprudencia que de la suprema corte se producía de manera constante y reiterada. Hábito que facilitó su trabajo, le deparó toda suerte de seguridades y una excelente reputación.

Cuando empezó a fungir como juez creía en Dios y en la posibilidad de un mundo sorprendente en donde el hombre gozara de sus derechos básicos. Pero con el tiempo, su fe en Él empezó a decrecer y sus ilusiones se mudaron por el pesimismo y la amargura. El Dios en el que creyó se fue perdiendo en cada injusticia que no pudo reprimir ni evitar y, el universo que anhelaba, en la miseria del hombre, que con sus desvaríos y pasiones irredimibles laceraba la existencia de otros tantos. Aprendió, no sin dolor, que en su oficio, el amigo y el enemigo tenían el mismo rostro y que se vivía entre la gente, pero no entre la vida, y como no había sido destinado para los grandes retos, a la sazón, se volvió genuflexo con la ley y se convirtió en su esbirro incondicional.

Le fue fácil entender que si era las palabras de la ley, su justicia estaba en ella y no en él. Poco entonces se tuvo que esforzar: era ella y nadie más. Y este mandamiento que aplicó estrictamente en su vida personal, lo fue alejando de los suyos y lo volcó a los artículos jurídicos, a la jurisprudencia y a los tratados sobre aspectos puntuales de la ciencia legal.

No alimentó pasiones y no se dejó llevar por sus instintos, pues las buenas costumbres también debía acatar. Se frenó y cohibió en cada paso del camino, así que las apetencias de la carne y los desafueros de la sexualidad ni siquiera los consideró. Y el amor, esa herencia natural, sólo lo cultivó con la legalidad.

Hacía poco había desayunado y yacía cómodamente en una mullida poltrona que había adquirido al poco tiempo de conocer su resolución de retiro por vejez, pues aspiraba en ella pasar sus horas de lectura y de reflexión. Pero a medida que corría el tiempo y hacía recomposición de su pasado, pensaba más y leía menos. Recordaba sus años mozos, sus primeros días en el Juzgado Municipal de San Esteban, aquel día en que se acostó abogado y amaneció juez. No en pocas veces, se jactaba de sus providencias y del revuelo que en ocasiones causaron y, otras, en la desolación que le produjeron y de lo infeliz que llegó a sentirse por ello.

No podía ocultar el daño causado por lo que dejó de vivir, las ausencias afectivas y su inaguantable peso, lastre indeleble de su oficio y de su incapacidad personal. También eran nítidos los sentimientos de un pasado acorralado por el ministerio al que quiso servir y terminó concibiendo tiránico.

Por eso, un constante desasosiego le fue enfermando el alma hasta especular que si su vida personal había sido un fiasco, no podía suponer la profesional mejor, y llevó su angustia a tal punto que poco dormía y comía; pasaba las horas fumando y tomando café en un silencio infinito que le carcomió el sentido. En ese desenlace concluyó que se equivocó en aquello en que firmemente creyó. No había sido justo porque la ley no siempre lo era y, al ser su voz, cometió las iniquidades que repitió sin rubor. De jurista eximio que pretendió ser, se vio cómodo y perezoso, incapaz de identificarse con ninguna de las causas que se debatieron en los procesos que falló y tampoco preguntó más de lo que la ley indagaba.

Pero todo estaba consumado. No podía devolver el tiempo, revisar sus fallos, tampoco reparar a quienes afectó y todo aquello que brillantemente plasmó en un papel eran sólo palabras que tranquilamente dijo sin evaluar. Se sintió mezquino recibiendo una pensión que no había ganado y, sin sentido de la vida, fue asintiendo en que ella apaciblemente se alejara.

Su vida había pasado sin que el alma se doblara de emoción y el sueño de su justicia de legitimidad. La ley, entonces, dejó de ser su certeza y se convirtió en su intranquilidad. Todo lo que había pospuesto se quedó sin hacer: sus lecturas, su familia y su vida permanecieron en la ensoñación.

Y... el corazón empezó a dolerle, a dolerle mucho, y un silencio penetrante se hizo en su habitación cuando la última nota de Para Elisa sonó. Nadie vino a preguntar qué había pasado con él. Todos estaban demasiado ocupados en lo suyo y para cuando advirtieron que la luz de su cuarto estaba sin encender, la noche había entrado con todo su poder.

El cuerpo estaba yerto y un hálito de dolor desencajaba su rostro. Sobre su escritorio encontraron algunas notas tomadas a mano alzada, una de las cuales decía:

 "Si me equivoqué, que el diablo se ocupé de mí. Tal vez será el único que se complazca conmigo"

 


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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: SALVA Enviado: 31/05/2010 05:47
 
amigos amistad calidez ternura gracias
 

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: SALVA Enviado: 31/05/2010 05:50
 
amigos amistad calidez ternura gracias
 


 
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