Leyenda Japonesa
En un principio reinaban las tinieblas. Amaterasu, la diosa del sol, no reinaba todavía en el cielo. Vivía en una caverna. El mundo era frío, inhospitalario y estaba sin vida. Entonces la diosa tomó seis arcos enormes, los reunió y creó así la primera arpa. En ella tocaba hermosas melodías. Atraida por esa música, apareció la encantadora ninfa Ameno-Uzume. Entusiasmada con sus melodías, comenzó a danzar y,finalmente, también a cantar. La diosa solar Amaterasu quiso escuchar mejor la música que venía desde la lejanía. Por eso se asomó a la entrada de su caverna y, en ese mismo instante, la luz alumbró el mundo. El sol se hizo visible y sensible. Flores, plantas y árboles comenzaron a desarrollarse. Los peces y pájaros, los animales y los hombres pisaron la Tierra llena de luz. Pero los dioses acordaron desde entonces cultivar el canto y la danza, para que la diosa del Sol no retornara jamás a su caverna. Ellos sabían que si bien la vida se había iniciado gracias al Sol, sin embargo, sin la música de los seis grandes arcos en forma de arpa y sin el canto de la ninfa Ameno-Uzume jamás habría abandonado la diosa del Sol, Amaterasu, su trono celestial. Se habría quedado eternamente en su cueva. Y, por esta razón, fue que el sonido, que era música y danza, comenzó el mundo.
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