Una vieja historia
El parque desbordaba colores, los puestos eran visitados por extrañas personas con atuendos diferentes. Era un día especial para la venta.
Sentada atrás de una mesa improvisada con juncos sobre dos caballetes, Laura esperaba pacientemente que alguien se acercara a su puesto. Miraba con un poco de recelo, pues no tenía permiso para estar ahí, pero decidió que igual se quedaría, más que sacarla de mal modo, por parte de los inspectores de la feria, no pasaría de ahí y como el lugar estaba lleno de gente no querrían hacerse odiar delante de tantos extranjeros.
Ella no era la única en esa situación, estaba un artesano de alpaca con su manto negro desplegado sobre el césped y un artista que con un pequeño atril realizaba tintas y aguadas.
La vida había cambiado. Ella solía visitar las ferias de otros países, y se colgaba hablando con los artesanos, siempre le gustó esa vida.
Había pasado muchos años de esto, pero siempre tenía la sensación que era la vida de otra persona, que quien recorría las calles luminosas u oscuras de ciudades distantes como quien camina dentro de su habitación, con la misma importancia, era otra persona, no ella. No podía recordar cual era su cara de entonces ni como tenía su pelo, ni en que pasaba su tiempo.
Sólo recuerda que fue un torbellino su vida, todo era distinto, para nada de eso estaba preparada y la sensación que tenía, era que se había perdido los últimos ensayos y cuando entraba la acción, no sabía de que se trataba ni que papel debía jugar. ¡Pero era tan inconsciente y él le daba tanta seguridad! Para él todos sus actos eran maravillosos, aunque le cambiase los planes, él tenía una adhesión por ella que la hacía sentirse importante, aún sabiendo que no lo era.
No sabía por qué, hoy se sentía especialmente nostálgica, escuchaba una música lejana, percibía olores característicos de comidas muy condimentadas, y hasta sintió el roce de unas manos que la arrastraban de un lugar a otro.
Se reían de todo, el Mundo parecía a su disposición. Los jóvenes en la Universidad se reunían constantemente, había plenarios, había sentadas, había protestas, querían cambiar la historia. Todas las paredes eran soportes perfectos para las proclamas, los afiches, las banderas. Se sentían parte de un nuevo mundo, " El Tercer Mundo".
El arte ocupaba su lugar, ya no era para círculos cerrados, salíamos a la calle, a las plazas, íbamos a las villas, nos colgábamos en los trenes y le decíamos a la gente, a los cansados y aburridos laburantes " lo importante que eran ellos para producir ese cambio". Nos sentíamos los apóstoles, arrastrando a los seguidores de tan justa causa-
Mirando a su alrededor quiso adivinar quienes habían vivido parte de esa misma historia. Quería ver en sus caras, rostros olvidados por el tiempo y por el miedo.
La ciudad nos pareció no apta para nuestro trabajo, y nos largamos con una mochila y casi nada de ropa a las provincias del norte. Empezaríamos por el Litoral, pero no sabíamos a ciencia cierta cuál sería nuestro destino final. Dejaríamos la tibieza de la cama limpia por la de un cielo raso lleno de estrellas, dejaríamos la mesa servida con un plato de comida humeante por latas de conserva los primeros días y Dios sabe qué, después.
- El grupo era muy heterogéneo, Jorge en cuarto año de arquitectura, Pablo en segundo año de agronomía, Mónica asistente social casi en su último año, suspendió la carrera por la aventura, " por el trabajo de campo "como decía ella. Ezequiel estudiante de psicología y maestro, yo estudiante de pintura y teatrera por vocación -
Nuestro destino primero era la provincia de Corrientes y establecernos en un pequeño pueblo en la frontera con el Chaco. De allí iríamos a una población indígena- Llegamos como si fuésemos parte de las cruzadas, pensábamos que nuestro sacrificio sería recompensado con el cambio total del pensamiento y de las estructuras sociales del lugar- No tardamos en darnos cuenta que nuestro trabajo aunque muy encomiable se perdía entre los expedientes y las cartas de recomendación -
Siguió mirando pero ninguno de esos rostros le decía nada a Laura. Preparó el mate, sacó unas galletas de miel, y se dispuso a comer su primer alimento del día. Empezó a recordar como conoció, casi graciosamente, a Esteban.
- Consiguió un caballo prestado que la acercaba desde el rancho que habían habilitado como escuela, taller, consultorio e improvisado teatro, hasta esa casita pequeña a la salida del pueblo, prestada por una familia que se había marchado a Buenos Aires por un tiempo-
Ella, que más que el caballo del carrusel no había montado otro, en su marcha era un continúo subir y bajar siempre a destiempo de la bestia. Se había hecho muy tarde y el animal quería volver a su casa, por lo tanto había decidido largarse en un galope que Laura no pudo dominar. En el recodo del camino, y viendo que venía un coche en su contra se asustó tanto, que se largó del zaino.
Con tan mala suerte que su pierna sufrió una rotura bastante importante. Avergonzada y dolida no sabía si llorar, si gritar o desplegar ese vocabulario florido que la hacía parecer más un muchacho de la calle que una joven estudiante.
Esteban se bajó muy preocupado del auto. Ella lo vio acercarse casi corriendo, con una expresión de susto que le resultó, a pesar del sufrimiento muy graciosa. Su aspecto era muy distinguido, era un hombre bastante maduro, superaba los 50 años, su cabello rubio entrecano, sus ojos claros, su tez tostada y curtida por el sol, de buena estatura y delgado.
La observó con ojos de asombro, le ofreció su blanco pañuelo, que ella se encargó rápidamente en ensuciar, y en ese momento no soportó más el dolor y se puso a llorar como una niña. Él la consolaba, su acento era extranjero, sería alemán o belga, no lo sabía bien, preguntaba su nombre y donde vivía. Ella entre llanto y moco le pudo contar algo de su historia, él decidió tomar cartas en el asunto. Después le confesaría, que no la iba a llevar con esos inconscientes con los que estaba viviendo.
Se procuró una madera, ató su pierna y la tomó en brazos llevándola hacia el auto. Así comenzó una nueva historia Laura, cambió una vida de ideas revolucionarias por una vida de constantes viajes, de gentes diferentes, de mundos distantes, y guardó en un bolsillito interior y pequeño esos grandes ideales del setenta.
Laura y Esteban se establecieron en un pequeño departamento de Corrientes Capital, él le deparaba las más exquisitas atenciones. ¡Sabía atender a las mujeres! eso era evidente, se decía Laura, seguramente no estaría solo, estaría con pareja. Laura trató de no ilusionarse porque venía arrastrando una historia bastante dolorosa con su novio anterior, un loco revolucionario, que casi la mete en un lío muy grande con la policía, era un delirante que buscaba el peligro para gratificarse y no tenía reparo en embarcar a cualquiera que estuviera a su lado.
Después de un mes Laura estaba restablecida, y la relación con Esteban se hacía cada vez más íntima. Hablaron de sus respectivas vidas, él estaba casado, su mujer vivía en Europa, tenían dos hijos grandes. Era representante de una firma Suiza, y viajaba constantemente. Su matrimonio no lo incomodaba ni le quitaba el sueño, era una de esas tantas parejas que en sociedad son esposos, sólo ante la gente.
Para Laura eso era incomprensible, ella que bregaba por la libertad del amor, la libertad del sexo, por los grandes ideales del hombre, no entendía esa doble imagen que vendían muchas personas sobre todo de las clases altas.
Él, acostumbrado a tener siempre de todo, desde que fue niño, menos saber lo que era la libertad de espíritu y la libertad de acción, veía en Laura lo que a él siempre le había faltado. Esa chica de 25 años le mostraba un mundo distinto, apasionante y no podía perdérselo, de una vez por todas haría algo bueno por él.
Así fue que Laura y Esteban decidieron una vida juntos. El Mundo Rico y el Mundo Pobre fueron recorridos por estos dos locos enamorados. Laura arrastraba a Esteban a los Museos, se sentaban en el suelo frente a las pinturas de los grandes maestros. ¡ Esteban sentado en el suelo! ¡ Si alguien lo viera, no podrían creerlo!
La violencia en la Argentina aumentaba cada día más y una nueva palabra se instauró en la sociedad "los refugiados políticos". Laura tenía miedo por los compañeros que luchaban en su patria. Esteban no podía entender lo que le pasaba a ella. Cada día estaba más triste y enajenada, buscaba nombres de los emigrados en las Cancillerías y en los Centros de Refugiados.
Había dejado de ser esa chica que iluminaba cualquier lugar donde se encontraba. La relación con Esteban se resquebrajó. A él ya le fastidiaba tanta tristeza y paranoia. Él necesitaba a su lado esa chica sucia que levantó del camino, buscaba esa otra que lo hacía recorrer las calles de París como un adolescente, riendo y cantando. O aquella otra que en el Mercado del Cairo se ponía adornos y tules y regateaba precios como una experta comerciante.
Laura le reprochaba su insensibilidad y Esteban terminó dejándola en Madrid, con la renta paga por un año de un departamento de la calle Cava de San Miguel y una cuenta de ahorro en el Banco.
Sentada en la cama, con las piernas dobladas, enroscada en un túnica color violeta, un vaso de vino en la mano y varias botellas tiradas en el piso, lo vio cerrar la puerta. Él con lágrimas en los ojos, ella no quiso despedirse, entendió que no soportaría ese momento.
No recuerda cuanto tiempo se quedó así, si pasó unos días o una horas. Cuando salió de ese estado de borrachera y aislamiento decidió que debía hacer algo por los que escaparon y por sus familias.
Así se conectó con mucha gente que venía no sólo de Argentina, sino de Uruguay y de Chile. Su departamento fue hotel de todo aquel que llegaba. Los vecinos se empezaron a molestar por tanto desorden y tanta gente extraña. Ya no la respetaban como cuando vivía con él. Ahora era casi indeseable.
Nadie sabía de Luis, ese novio loco que tuvo y estaba segura que estaría muerto. Había tanta gente desaparecida sin compromiso con ningún movimiento político, que no dudaba que a él, como se manejaba en la vida, le hubiese pasado lo peor.
Así Laura vivió una vida desordenada, en medio de la lucha por la subsistencia, el trabajo solidario con los familiares de desaparecidos y cambiando de pareja cada seis meses. - ¡ Qué vida diferente! se decía, cuando agotada llegaba a su casa y a veces ni un lugar para dormir encontraba. Con Esteban ella era la protegida, ahora era la que daba protección. Encarar una relación sana viniendo de tanta enfermedad era muy difícil.
- Ahora de vuelta en la Argentina, sin amigos, o con amigos que dejó de una manera y ahora encontraba de otra, se dio cuenta que ella era la única que no había cambiado, se había quedado enganchada en una historia vieja.
Sus amigos tenían una profesión, un lugar en la sociedad como representantes de una clase media alta, eran responsables padres de familia y ella, sin familia, sin profesión y sola, viendo como el mundo siguió su curso y no la esperó.
El agua del termo se acabó, la tarde se llenaba de cantos que venían de diferentes lugares de la plaza. Acomodó las alpargatas, los cinturones y las mochilas, sacó los potes de pintura y comenzó a pintar.
Hola ¿ qué tal?, una voz la sobresaltó, levantó el rostro y lo vio. Estaba acompañado de una elegante señora alta y delgada. Su cabello un poco mas blanco, su cuerpo igual de esbelto, sus ojos llenos de una ternura inmensa.
El mundo se desplomó sobre sus hombros y como hacía muchos años lloró como una niña, sólo que ahora, no le ofreció el pañuelo ni la alzó en sus brazos.
© Beatriz Martinelli
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