Los Indispensables y el Estrés
Hombres que se desloman en sus oficinas, que llegan primero y son los últimos en salir de sus trabajos; mujeres extenuadas en el hogar, que además tienen un trabajo afuera, que se desviven por sus hijos y quieren que sus hogares sean perfectos; hombres y mujeres que viven solos, que no quieren asumir compromisos para evitarse mayores complicaciones, por estar obsesionados por el perfeccionismo y por las tensiones para cumplir con todo, sin darse cuenta que sufren de estrés y se están quedando vacíos por dentro.
Están los que se llevan trabajo a su casa y les molestan los hijos, y las mujeres que no quieren tener una empleada ni siquiera unas pocas horas, porque prefieren hacer todo ellas porque lo hacen mejor, aprovechando los fines de semana.
“No soporto a nadie extraño en casa”; “Lejos de ayudarme, las empleadas me molestan” “No hay nadie que haga las cosas mejor que yo”, “Me gusta hacer las cosas a mi modo”. Son frases comunes.
Sin embargo, con el paso del tiempo, el cansancio las vence, sus relaciones se deterioran, y las mujeres se comienzan a sentir deprimidas, irritables, malhumoradas y amargadas.
Hoy es lo único que tenemos y jamás podremos recuperarlo. Sólo nos queda aprovechar el máximo nuestro tiempo para disfrutar de la vida, de nuestras relaciones y de todo lo que somos y tenemos.
¿Por qué no pueden confiar en nadie? ¿Por qué no saben pedir ayuda cuando la necesitan? ¿Por qué asumen la responsabilidad de los demás?
Los eficientes suelen ser ineficaces, ya que pueden hacer las cosas muy bien pero su eficiencia no les garantiza buenos resultados.
¿Por qué estas personas necesitan tener el control y no soltarlo, aunque eso les produzca estrés y signifique la pérdida de su calidad de vida? Porque su autoestima depende de su eficiencia aunque no les aporte nada, porque también una máquina puede ser eficiente, y ¿a quién le importa una máquina más que para usarla?
Este tipo de personalidad también vive los placeres como obligaciones y se vuelve rutinaria, sin poder disfrutar nada.
Toda tarea, para los indispensables, tiene que realizarse en forma perfecta, no puede haber errores, ni olvidos, ni cosas hechas a medias o a la ligera.
Estas exigencias trascienden su persona y se extienden a sus familiares, a quienes exigen y en cuyas capacidades no confían y hasta los descalifican para ocuparse de sus propios problemas.
Este modo de actuar termina con los pequeños placeres cotidianos, porque el perfeccionismo no da lugar al disfrute ni a la saludable distensión.
Vivimos en una sociedad que nos obliga a desempeñar muchos roles, de madres, padres, hijos de padres mayores, de profesionales, de amas de casa, de cocineras, de niñeras, de costureras, de planchadores y de dispuestas amantes, que ni bien apoyan la cabeza en la almohada se duermen.
Pero somos mucho más que los roles que actuamos, y si no tenemos sentido de las prioridades, y el orden, la limpieza y las obligaciones nos absorben y dejamos para lo último lo que debería estar primero, como disfrutar del amor, dejar espacio para la intimidad, gozar de las relaciones familiares y fortalecer los vínculos, corremos el riesgo de perder todo lo que conseguimos y malograr lo que más queremos.
La autoestima no se eleva eliminando obligaciones de la agenda y eligiendo ser eficientes pero no felices.
Los que no saben delegar ni pedir ayuda, pueden liberarse de sus propias cadenas, aprendiendo a confiar en los demás y aceptando que no hay una sola manera de hacer las cosas sino que hay muchas, y hasta tal vez mejores.
Por otro lado, es necesario que se cuestionen el valor de ser tan eficientes y amplíen su perspectiva para poder ver qué es lo que están dejando de lado, que puede ser mucho más importante para ser feliz.
Sentirse indispensable no es conveniente, porque hace sentir a los demás inútiles e inferiores y puede generar hostilidad y resentimiento.
Cada persona puede hacer algunas cosas mejores que otras y esta condición puede ser aprovechada para que ayuden en lo que saben hacer bien y que seguramente les gusta hacer.
La familia no debería vivirse como una carga porque cada uno tiene la obligación de aprender a bastarse a si mismo.