Duele más la acción que la lesión

 

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Jenifer vive con su madre en un barrio de familias en situación de riesgo, de la ciudad de Londres. Tiene 15 años y dos hermanos mayores que se han mudado y viven solos. Su padre se fue del hogar cuando eran chicos y no lo vieron más; su madre trabaja y atiende la casa.
Abandonó la escuela secundaria hace un año y vaga todo el día por el barrio con una pandilla que tiene malos hábitos.
Motivada por el odio, la ansiedad y la culpa, llega a tomarse tres litros de vino por día, y a fumar marihuana y cuando vuelve a su casa, como su madre se resiste a darle dinero la insulta y la agrede físicamente dándole puntapiés y golpes de puño.
Una asistente social se hace cargo de este problema, dado que esta mujer ha tenido que ser hospitalizada varias veces, para intentar cambiar esta situación que se ha transformado en un círculo vicioso difícil de romper.
La madre tiene una personalidad pasiva agresiva, o sea que no le habla ni le contesta, actitud que irrita aún más a su hija.
Es una casa donde la única comunicación que existe entre esas dos mujeres son los golpes que la hija le propina a su madre, en un intento desesperado de restablecer la comunicación y el vínculo.
Lo más importante de este proceso de rehabilitación consiste en restablecer la relación entre la madre y la hija que parecen odiarse y se establecen las reglas que ambas deberán respetar en el hogar para mejorar la convivencia.
Deberán compartir las tareas de la casa y la joven deberá mantener en orden su habitación, tender su cama, lavar su ropa y ayudar a su madre con la limpieza de la casa.
Si persiste en su actitud, no cumple las reglas y sigue castigando a su madre, deberá recibir un tratamiento en una institución oficial donde deberá permanecer internada el tiempo que sea necesario.
Si vuelve al colegio su madre se compromete a darle una suma de dinero por semana para sus gastos, que ella deberá aprender a administrar.
Al poco tiempo Virginia decide volver al colegio y su madre muestra señales cambio, aunque aún le cuesta ponerle límites cuando le pide más dinero del estipulado.
De a poco, la Asistente Social puede lograr que la madre comience a expresar sus sentimientos y a mantener breves diálogos con su hija; diciéndole lo que piensa y cómo se siente, y escuchándola a ella con atención.
El hecho de ir a la escuela aleja a Virginia de las malas compañías y del alcohol, hechos que disminuyen su agresividad y a la vez facilita el cambio de conducta de su madre.
Los golpes comienzan a ser cosas del pasado y ahora ambas han mejorado notablemente su relación. Virginia por fin se ha adaptado a la cuota semanal de dinero y no le exige a su madre mayor cantidad.
La asistente social las visitará mensualmente para ver los progresos o implementar nuevos recursos en el caso que haya recaídas.
Las familias disfuncionales son parte de la población en riesgo de todas las grandes ciudades.
Los hijos desean tener una familia normal que los contenga; quieren encontrar en su casa un lugar donde los escuchen, que sus padres se interesen por ellos y por sus cosas, desean orden y límites porque no saben quienes son, qué quieren, ni qué hacer en la vida; y si esa necesidad no es satisfecha buscan contención en una pandilla.
La pandilla los escucha, los comprende, los acepta como son y no los critica, pero lo que les propone para superar la ansiedad y los sinsabores son los métodos más fáciles de evasión: la droga o el alcohol.
Tratemos los padres de no hacer del hogar, un lugar donde los hijos no quieren volver.