Cuentan que en la carpintería
hubo una extraña asamblea.
Fue una reunión de herramientas
para arreglar diferencias.
El martillo ejerció la presidencia,
pero la asamblea le notificó que
tenía que renunciar.
Se pasaba el tiempo haciendo ruidos.
El martillo aceptó la culpa,
pero pidió que fuera expulsado el tornillo,
argumentando que había que darle
demasiadas vueltas para que sirviera.
El tornillo aceptó el ataque
pero exigió la expulsión de la lija.
Señaló que era áspera en su trato
y tenía fricciones con los demás.
Y la lija estuvo de acuerdo pero exigió
que fuera expulsado el metro
que siempre se la pasaba midiendo
a los demás como si fuera el único perfecto.
En eso entró el carpintero,
se puso su delantal e inició la tarea.
Utilizó el martillo, la lija, el metro
y el tornillo.
Finalmente, la tosca madera se convirtió
en un hermoso mueble.
Cuando la carpintería quedó
nuevamente sola,
la asamblea reanudó la deliberación.
Fue entonces cuando el serrucho dijo:
Señores,
ha quedado demostrado que
tenemos defectos,
pero el carpintero trabaja
con nuestras cualidades.
Eso nos hace valiosos.
Así que no pensemos en nuestras fallas
y concentrémonos en la utilidad
de nuestros méritos.
La asamblea pudo ver entonces
que el martillo es fuerte, el tornillo une,
la lija pule asperezas, el metro es preciso.
Se vieron como un equipo capaz
de producir muebles de calidad.
Esta nueva mirada
los hizo sentir orgullosos
de sus fortalezas y de trabajar juntos.
Enrique
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