“…los dolores pueden ser provocados o exacerbados dirigiendo
Psique en griego significa alma, por lo tanto, la psicoterapia no puede dejarla de lado.
La palabra ha sido desde siempre un medio para llegar al alma o espíritu. El hombre antiguo pudo darse cuenta que una palabra puede tener poder curativo y afortunadamente, poco a poco las ciencias médicas están reconociendo la necesidad de recuperar esa valiosa herramienta para ayudar a paliar el sufrimiento.
Los grandes avances de la medicina en el mundo moderno se han referido solamente a lo somático, de manera que los médicos fueron abandonando el estudio de los fenómenos espirituales, considerando lo anímico como algo subordinado al cuerpo.
De esta manera cualquier manifestación psíquica ha sido considerada como consecuencia de un trastorno orgánico y aún todavía existe resistencia por parte de los médicos a concederle autonomía a la vida anímica.
Es innegable que existen gran cantidad de casos que la medicina no puede resolver, ni tampoco puede descubrir la causa de muchos trastornos y padecimientos de los pacientes, no obstante los numerosos medios de investigación médica y el alto desarrollo tecnológico alcanzado para explorar el cuerpo humano.
Los médicos pueden comprobar que muchos de estos trastornos pueden llegar a desaparecer ni bien se produce un cambio en la vida del paciente y también pueden sustituirse los síntomas que han logrado controlar por otros nuevos.
Se confirma por lo tanto que los síntomas están relacionados e influenciados directamente por las percepciones, las excitaciones, las conmociones emocionales, las preocupaciones, etc.; o sea, que lo que hay que tratar en estos casos es el estado espiritual o anímico de la persona.
La investigación del cerebro, una vez muerto un paciente con trastornos psíquicos, no revela anomalía alguna y es totalmente infructuosa, de modo que las causas deben ser atribuidas a factores espirituales.
Casi todos los estados anímicos de las personas se manifiestan de algún modo con el cuerpo. Un rostro tenso, una mirada perdida, manos crispadas, balanceo de los pies, hombros caídos, palidez, piel marchita y otros cambios corporales son signos fieles aprovechables para deducir trastornos emocionales.
La influencia de los afectos sobre el cuerpo suele ser espectacular y visible a simple vista, sin necesidad de recurrir a exámenes complejos y costosos, y se pone en evidencia con mayor nitidez con ayuda de la palabra.
Los estados depresivos, como la congoja, la aflicción y las preocupaciones disminuyen la capacidad de nutrición del organismo, pueden producir encanecimiento prematuro, reducción del tejido adiposo y a alteraciones de los vasos sanguíneos. En cambio, en estados gozosos, se puede observar cómo todo el organismo florece y rejuvenece.
Los afectos profundos influyen también sobre la capacidad de resistencia a las enfermedades. Esto se pudo comprobar durante la guerra donde los médicos militares pudieron observar que los soldados resistían mejor las infecciones en circunstancias en que se consideraban vencedores.
Un gran susto o estado de stress prolongado, así como una aflicción repentina, o una injuria u ofensa severa, y hasta una gran alegría inesperada, pueden llegar a matar a una persona.
Los procesos intelectuales también pueden ser afectivos y capaces de alterar los procesos corporales. Los pensamientos son representaciones que se viven como reales y producen la misma influencia sobre el cuerpo que una experiencia. No hay más que pensar en una comida sabrosa para que se nos llene la boca de saliva.
La voluntad y la atención también influyen sobre el cuerpo. Algunas personas son capaces de alterar su ritmo cardíaco a voluntad, fijando la atención.
Las expectativas también juegan un papel importante tanto en la curación como en el agravamiento de las enfermedades.
La expectativa ansiosa es la que mayor influencia ejerce sobre el estado del cuerpo y es cierto que durante una epidemia, los más expuestos sean precisamente los que más temen contraer la infección.
Las doctrinas religiosas también han prestado atención a este hecho. Siempre me ha provocado curiosidad un texto del Evangelio cristiano que dice: “El que ame la vida la perderá y el que no, vivirá eternamente”
En el Budismo se refieren a lo mismo en otros términos. El desapego nos libera, la entrega nos ilumina. Hay que abandonar el control y no resistirse porque todo tiende a ordenarse de la mejor manera.