La ansiedad es un trastorno que afecta al ochenta por ciento de los argentinos, según una encuesta mundial realizada por la consultora JWT Sonar, publicada por BBC Mundo.
Los psicólogos sabemos que no son los problemas los que afectan a las personas, quienes tienen naturalmente inteligencia como para encontrar soluciones, sino la forma de vivir esos problemas.
Significa que existen factores internos en la población en general, que los hace más vulnerables a las crisis y a las situaciones de cambio, que les restan habilidad para enfrentar los desafíos.
Aunque Argentina sea un país en el que no existan hipótesis de conflictos externos, ni problemas raciales ni religiosos, ni condiciones climáticas que expongan a los habitantes a huracanes, o a otros fenómenos naturales, un lugar privilegiado donde en gran parte tampoco se produzcan terremotos; que son cuestiones que pueden llegar a desequilibrar a la gente; además de ser uno de los países más ricos en recursos naturales del planeta; es evidente según esta encuesta, que en general la gente sufre de miedos diversos, de una sensación de inseguridad y temor a la pérdida del control emocional, porque los domina la angustia, que es un estado de zozobra, de inquietud, de temor difuso que produce nerviosismo, falta de atención, preocupación y ansiedad y que puede desencadenar ataques de pánico.
La preocupación, que significa ocuparse antes de algo que tal vez no ocurra nunca, consume mucha energía y afecta el estado de ánimo, provoca problemas de salud y dificulta las relaciones personales.
Existe un patrón de pensamiento derrotista generalizado, de falta de confianza y de fe que disminuye la capacidad de enfrentar los problemas, atenta contra la creatividad, dejando a la gente expuesta a sufrir trastornos de todo tipo ante los vaivenes de la economía, la inestabilidad laboral y también afectiva.
La vida es cambio y transformación, pero vivimos una realidad en que los cambios son cada vez más rápidos, las relaciones no duran, no se llegan a afianzar porque las exigencias aumentan y se aspira a ser perfectos, a tener todo, la mujer o el marido perfecto, los mejores hijos, etc., y todo se vuelve transitorio y efímero, produciendo desarraigo y aislamiento y hasta los afectos más cercanos se tornan islas inabordables, porque están inundados de ocupaciones y sin tiempo para otra cosa que no sea trabajo.
Un margen de ansiedad puede ser aceptable para la supervivencia, pero cuando excede ciertos límites comienza a reflejarse en el cuerpo, a través de trastornos funcionales o del carácter, incrementa la intolerancia, disminuye la paciencia y lleva a muchos a desear patear el tablero.
El afán de controlar todas las variables y de no dejar nada librado al curso natural de los acontecimientos, es lo que provoca la mayoría de los síntomas, debido a la falsa creencia que podemos ser capaces de controlar todo, que estamos solos y que todo depende únicamente de nosotros.
La vida, sin embargo, nos sorprende y puede exceder nuestras expectativas, pero lamentablemente muchos creen que no pueden esperar nada.
Existen factores que jamás podremos controlar, aunque lo intentemos, como por ejemplo, cambiar a otros, evitar catástrofes o accidentes, ser protagonistas de un asalto, sufrir robos, etc., aunque reforcemos la seguridad colocando más rejas, más cámaras ocultas, aunque contratemos todo tipo de seguros, de vida, contra robo, incendios, accidentes, etc., y más expuestos estaremos cuanto más nos aferremos con uñas y dientes a la vida, aterrados por el miedo a la pérdida.
Nada es seguro en esta vida, si siquiera permaneciendo sentados en un confortable sillón del living, en una casa supuestamente segura, porque esa es la condición básica de estar vivos, la posibilidad de la muerte en el momento menos pensado.
Por esta razón, lo único que nos queda es tener fe en el milagro de la vida que apenas conocemos, en nosotros mismos y en los demás; en que si llevamos una vida ordenada y sencilla y no nos consume la ambición o la envidia y si vivimos y dejamos vivir, ayudando a los menos afortunados e intentando ser buenas personas, estaremos alineados con el orden universal y será altamente improbable que nuestra vida participe del caos, pero solamente cuando nos entreguemos sin condiciones, nos rindamos y aceptemos que somos vulnerables y mortales. Porque ser vulnerables nos hace invencibles.