¿Qué es enamorarse?

Un estado en el que la belleza actúa como catalizador, que abre las puertas a la ilusión y que, cuando es auténtico, ilumina de forma nueva todo proyecto hacia el futuro

por Enrique Rojas

Seguimos atentamente en el estudio de los sentimientos. La raíz de donde parte todo el armazón afectivo es el enamoramiento, el concepto del amor durante la época de los trovadores, hasta llegar al Romanticismo. Se mantiene un núcleo de fondo, aunque con variaciones sobre el sentido de la mujer. No olvidemos el caso de Jaufré Rudel, el poeta nostálgico que centraba todo en el amor lejano.

Se obviaba una de las principales dificultades que a la larga presenta el amor:la convivencia diaria. Asignatura pendiente que todos debemos aprobar si queremos pasar el examen del día al día de las relaciones conyugales. En otra parte he hablado con más minuciosidad de esa gran aventura que es enamorase. Es uno de los momentos más inolvidables, que va a vertebrar la existencia, pues de las decisiones que ahí se tomen, se derivarán a posteriori unos hechos decisivos, que van a marcar para bien o para mal.

Enamorarse es encontrarse a sí mismo fuera de sí mismo. Es decirle a alguien: ¿quieres compartir la vida conmigo para siempre? En los tiempos actuales, el para siempre suena a excesivo, al verse la palabra amor falsificada, reducida, cosificada, dirigida sobre todo a la periferia y no al núcleo mismo de la persona.

Enamorarse es querer a alguien en exclusividad y pensar con ella y en ella para el futuro.De ahí su importancia. Muchos estados que se parecen al enamoramiento, no son tales. Una gran mayoría de amores tienen poco de amor. Hay en ellos pasión, deseo, interés, empeño al haber recibido desprecio. Y no digamos nada en cuanto a lo que es el conocimiento de la otra persona. Uno puede quedarse deslumbrado ante ciertos aspectos parciales: la belleza, la elegancia, la naturalidad, la sencillez, el dinero, los valores espirituales, la inteligencia, la capacidad de comprensión... o un conjunto de ellos que sintetizan que le demos a esa persona un valor por encima de las demás.

Esas cualidades ponen en marcha el proceso del enamoramiento: lo que se ve, lo que se insinúa. Muchos se enamoran por el oído y algunos echando a volar la imaginación. Los primeros amores son inolvidables por la huella que dejan. Son como un río caudaloso que arrastra con su corriente y al que es difícil resistirse, sobre todo si sucede en edades tempranas, donde uno todavía no se conoce los resortes de los sentimientos.

Stendhal, uno de los grandes novelistas del Romanticismo francés, distingue cuatro tipos de amores: pasión, amor placer, amor físico y amor vanidad. Y dice este autor: «La inmensa mayoría de los hombres, sobre todo en Francia, desea una mujer de moda, como se posee un hermoso caballo, como una cosa necesaria al lujo del mancebo. La vanidad más o menos halagada, más o menos picada, arrebata como el amor». Por eso donde más se retrata el ser humano es en la elección amorosa. Al preferir a una persona, hacemos una selección en la que influyen diversos factores, pero en el hombre más que en la mujer, la belleza actúa como reclamo: predispone a lo mejor, sobre todo en algunos hombres que necesitan las alabanzas que oyen de esa moza. Una cierta admiración colectiva o del medio ambiente, le da alas a ese amor. La belleza actúa de catalizador y a la vez, abre las puertas de la ilusión. Es más, la felicidad consiste primariamente en ilusión, que no es otra cosa que capacidad para mirar hacia el futuro con esperanza y alegría.

En definitiva, la raíz del enamoramiento, la vería yo en tres notas:

 1) se puede afirmar que el que está embargado por ese estado de ánimo, le dice a la persona amada: no entiendo la vida sin ti. Es decir, no me cabe en la cabeza la vida sin que tú estés a mi lado. Te necesito, es fundamental para mí;

2) Se produce de este modo una hipoteca de la cabeza: no se puede dejar de pensar en la persona amada, que está una y otra vez circulando por los escenarios de nuestra mente. Asoma aquí y allá. Se inicia una especie de monólogo interior con ella, a soto voce, de estirpe subliminal, que inconscientemente va y viene y vuelve a empezar. Don Quijote llamaba a Dulcinea, la dama de mis pensamientos. Ambos signos son inequívocos, definitivos;

3) El enamoramiento auténtico lo transforma todo: disuelve las heridas del pasado, las suaviza y favorece su cicatrización; agranda y dilata el presente; y sobre todo, ilumina de forma nueva el futuro.

Los tres éxtasis temporales cobran fuerzas nuevas y hacen pletórica la vida. Merece la pena vivir y los sinsabores, frustraciones y reveses parece que de una vez por todas entran por un cauce que lleva a su arreglo y solución. Este primer escalón es muy importante hacerlo bien. Ver con relativa claridad quién tenemos delante, distinguiendo planos, facetas, aspectos, valores. Aquí la precipitación siempre es mala. Y ésa puede venir de un quedarse deslumbrado de entrada, que necesita tiempo, reposo, análisis y observar el posible nosotros que se va a formar desde ahí.

Amar a una persona es creer en ella, fiarse de su condición y desearle lo mejor que uno pueda darle.

¿Qué es lo mejor?: querer hacerla libre y aproximarla a la verdad. Incluso esto llevado simplemente al lenguaje coloquial, no al intelectual. La libertad tiene un objeto: el bien. Y por otra parte, la verdad lleva a estar en la realidad, saber a qué atenerse y reconocer las aptitudes y limitaciones que se tienen.Que el enamoramiento sea verdadero, que traiga amor y que llegue para quedarse. Cuando la vida levanta su oleaje atraída por el mejor sentimiento, el amor es la fuerza de las fuerzas. Desde los reyes a los plebeyos, desde los intelectuales a las gentes de condición sencilla, lo que necesita el hombre es amor verdadero.