en el fondo de su corazón, y necesita reformar, limpiar e iluminar todos los años.
Cada cual, su regalo: el íntimo, el personal, el silencioso,
el de las heridas cerradas y rencores olvidados.
Cada cual, su lámpara para calentarnos en Dios...
y su aceite para ir curando, suavizando y derritiendo
ternura entre los muchos que lloran en la Navidad.
La noche de Navidad debiera ser más para
compartir con los pobres y con la familia
que para ostentar con los ricos;
más para prodigarnos con nuestros semejantes
que para meternos en el vértigo
de las calles y las fiestas;
más para que Dios nos acompañe que para
entrar en ese mundo ajeno y extraño
donde se aumenta la nostalgia,
se entristecen los recuerdos y muchas
veces nos sentimos tan solos.
¿Dónde y cuándo vas a dar a Cristo el apretón de manos y la entrega del corazón en esta Navidad?
No olvidemos que es día de llenarnos de Dios. De sacar cuentas. De estrecharnos las manos. De abrir las alforjas. De mirarnos tal cual somos. De recordar a los que faltan. Y pedir perdón. ¡Esa es la Navidad!