Una casa es el lugar que habitamos físicamente. Un hogar es el lugar que habitamos con nuestra alma. Una casa es una construcción que puede permanecer vacía, sin habitantes, y seguirá siendo una casa. Un hogar es inconcebible sin personas.
En una reciente entrevista a la gran escritora (novelista y ensayista) estadounidense Joyce Carol Oates realizada por Jesús Ruiz Mantilla, de El País Semanal, de Madrid, y me provoca estas reflexiones. “Si te alejas mucho de tu hogar pierdes tu alma”, dice Oates. Pienso en los edificios en construcción que brotan como hongos en la ciudad. En los avisos de costosos departamentos en los suplementos de propiedades. Todas esas son casas. Crisis de vivienda no significa crisis de hogares.
Me pregunto cuánta gente tiene muchas propiedades, muchas casas, y ningún hogar. Pienso en muchos otros que, acaso, no tienen una casa propia y, sin embargo, habitan un hogar, han hecho del lugar en el que viven un espacio para el alma. Cuando tanta gente vive de mudanza en mudanza, a casas cada vez más grandes, más lujosas, más costosas, ¿lo hacen porque necesitan una casa mejor o porque no logran dar con un hogar?
El alma suele moverse a ritmos diferentes de los del cuerpo. Es más rápido mudar el cuerpo que instalar el alma. Ella necesita tiempo, necesita silencio, necesita entrar en cada rincón, reconocerlo, instalar su energía. Cuando el alma no se instala, no hay hogar. Muchas casas son habitadas por cuerpos que las transitan como fantasmas sin convertirlos en hogares. Para construir un hogar hay que dejar de lado muchas falsas prioridades, hay que abandonar ostentaciones y frivolidades.
Los hogares no se exhiben. Se viven. Y se construyen desde adentro...