Vive Y Sufre Su Verguenza
Leyendas y Tradiciones
David Ortegón Zapata
Desde hace muchos katunes, desde aquellos primeros años en los que la tercera creación de los dioses mayas por fin rindió frutos, vive en lo más profundo de los montes de Yucatán un animal pequeño, de orejas redondas y grandes, cola larga y llamativo pelaje, al que se le conoce, en el maya yucateco, con el nombre de “Tzabin”.
El tzabin se alimenta de insectos, raíces y pequeños frutos de los que siempre abundan en los montes. Pero no todo el tiempo fue así. Cuando las aguas de la inundación se habían retirado de la tierra y el poderoso dios Itzamná había tenido éxito con la creación de los hombres de maíz, uno de los primeros animales que había acompañado esa creación era el tzabin, que en un principio llegó a ser uno de los animales más fieros que hayan caminado en el monte.
Comía entonces animales más chicos y dicen también que el mismo “Ceh”, el venado, daba tremendos saltos de espanto tan sólo de verlo; eso hizo que el Tzabin creciera en orgullo, pues presumía de ser el animal más fuerte.
Sin embargo, un día escuchó que las aves decían que uno a uno habían llegado al monte grandes gatos con la piel quemada; se trataba nada menos que de los “balames”, jaguares, tan fuertes que hasta el hombre les tenía miedo.
Durante muchos días y noches, el Tzabin se la pasó pensando cómo podría ser mejor que el balam. “Es imposible que haya alguien más fuerte que yo”, se repetía una y otra vez.
Por eso decidió acudir ante el gran dios creador, Itzamná, a quien le pidió que lo hiciera más grande, más fuerte y más feroz que el balam.
Itzamná lo escuchó, pensativo, y le pidió que se marchara tranquilo, pues al día siguiente vería un gran cambio.
No bien había salido el sol cuando el Tzabin decidió acercarse a una aldea, pues seguro estaba que ahora todos le tendrían miedo, sobre todo el hombre. “Cerca está el momento —se dijo— de demostrarle a todos, pero sobre todo a ese balam, quién es en realidad el que manda en estos lugares”, tan cierto estaba de que su fuerza, poder y destreza no tendrían igual.
Ya cerca de la aldea, oculto entre los árboles, vio que se acercaban algunas personas; salió de su escondite con un gran salto, y de inmediato lanzó un rugido, o al menos eso fue lo que pensó; cuál no sería su sorpresa al ver que los hombres se reían al verlo.
Sin perder tiempo se dirigió a una aguada, donde su reflejo le mostró que ahora estaba convertido en un ser del tamaño de una ardilla. Molesto porque no era lo que quería, se dedicó durante muchas horas a dar brincos y volteretas de coraje, vergüenza o berrinche, o tal vez una combinación de los tres, hasta que se durmió de cansancio. A partir de entonces, vive oculto dentro del monte, pero cada vez que tiene la mala suerte, para él, de ver a una persona, de inmediato, lleno de coraje, comienza a dar brincos de enojo porque su presencia le recuerda lo que le sucedió.
Es por eso que, a la gente que acostumbra hoy caminar en el monte se le pide que, si llega a ver al Tzabin, no reírse cuando comience a dar sus volteretas, porque esa respuesta no es más que la vergüenza que siente por no haber aceptado, desde un principio, la forma que el creador le había dado.— Mérida, Yucatán
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