Se acaba el tiempo, llega la Pasión, el humano clamor, la noche oscura, se plegarán las alas de la Altura y se impondrá la gran tribulación.
Jesús sabe la débil condición de sus fieles apóstoles, procura fortalecer su fe con la ventura de prever la final Resurrección.
Con Juan, Santiago y Pedro, que estarán en la agonía de Getsemaní, sube la monte Tabor, ascenso místico.
Alcanzará la cima el nuevo Adán, mostrará que es divino, es el Rabí que dará Vida en pábulo eucarístico.
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Sube la tríada humana hasta la cumbre. Jesús se transfigura en su presencia. Surgen Moisés y Elías, evidencia de leyes y profetas, dogma y lumbre.
Resplandece el Mesías. Certidumbre de su divinidad y omnipotencia. Es su rostro esplendente transparencia del Hijo en holocausto y mansedumbre.
Los apóstoles ven, anonadados, los signos de la transfiguración y sienten en su espíritu la paz.
Luz y blancura, símbolos sagrados de eternidad y trascendencia, son anuncio de armonía en la Unidad.
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Pedro evoca las tiendas de la historia, quiere hacer perdurable este momento, solicita a Jesús consentimiento para permanecer bajo la gloria.
La Voz entre una nube trae memoria de su más importante mandamiento, escuchar al Mesías, que es cimiento, piedra angular, ofrenda expiatoria.
El temor se apodera de los fieles. Vuelve la oscuridad. Les vence el miedo. Jesús dice no teman ni lo digan
hasta que resucite con laureles, vencedor de la muerte, y en su credo la almas rescatadas le bendigan.
--- Emma-Margarita R. A.-Valdés
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