Antiguamente los matrimonios eran arreglados por las familias de los contrayentes y a nadie en ese contexto se le ocurría protestar o rebelarse, porque los casamientos no eran considerados producto de relaciones románticas sino una necesidad política entre las clases de poder y una solución económica para algunas familias de clase alta, donde esos intereses eran prioritarios y las uniones de parejas representaban las alianzas más firmes para incrementar los patrimonios.

Aún en culturas tribales solía existir la prohibición de contraer matrimonio con un miembro de la misma tribu y la obligación de casarse con un candidato perteneciente a otra tribu, para favorecer el intercambio.

A pesar de tratarse de prácticas que violaban las libertades individuales, los divorcios o las separaciones no eran tantos como ahora, en que existe la posibilidad de que cada uno tome su propia decisión y tenga la posibilidad de elegir.

En esta época, tanto el hombre como la mujer esperan encontrar a alguien ideal y enamorarse, para tal vez alguna vez llegar a formalizar una pareja estable; y a ninguno se le ocurre pensar si la pareja que eligieron realmente es conveniente para ellos. No se trata de interés en el dinero ni en la posición social, sino de saber si son personas con las cualidades esenciales que esperan uno del otro.

Cuando un hombre o una mujer encuentran a su ideal de pareja, es improbable que vayan a considerar otros aspectos aparte de los emocionales, para iniciar una vida juntos, porque sus sentimientos no les permiten ningún otro nivel de análisis que los obligue a renunciar a esa relación. Se gustan mutuamente y sin pensarlo demasiado, a veces en las primeras citas, llegan a vincularse íntimamente sin saber nada uno del otro.

Sin embargo, toda relación tiene que tener en cuenta no sólo el amor romántico sino también la conveniencia, como se hacía antes, evaluando todos los atributos de cada uno.

Además de sentirse atraído por alguien, es necesario no perder la capacidad de observación y reflexionar si esa persona posee las características de personalidad que desean y evaluarla en función de su actitud y su comportamiento, desde las primeras salidas; porque conocer a alguien exige saber lo más posible de ese alguien desde el primer día.

Aunque las personas suelen ser insondables, las cualidades esenciales se pueden apreciar desde que uno las conoce. Si son honestas, responsables, fieles, sinceras y trabajadoras; si tienen valores, si son éticas, si tienen moral y buen carácter, si son respetuosas, educadas, amables y atentas; si tienen intereses y proyectos comunes y principalmente cómo reaccionan cuando se disgustan, son datos que se pueden notar en su conversación aunque sea trivial, en su modo de hablar y de comportarse desde el primer instante en que se encuentran.

A veces, con ver como un hombre maneja su auto se lo llega a conocer bastante bien como para bajarse en cualquier esquina y dejarlo plantado.

Si son personas temperamentales, atractivas y de alto perfil, pueden ser irresistibles pero también arrogantes, impacientes e irritables y hasta pueden llegar a ser violentas cuando las contradicen; y como suelen ser asediadas por el otro sexo por su carisma y por su seguridad en sí mismas resulta difícil tener la exclusividad.

Es altamente probable que estas personas sean egoístas, intolerantes, autoritarias y dominantes, porque están acostumbradas a hacer siempre lo que desean por su poder de seducción, sin tener en cuenta a los demás.

La elección de pareja tiene que ser por amor pero también por conveniencia, porque si prefieren ignorar las señales que evidencian cómo son en realidad aquellos con quienes se vinculan afectivamente y sólo se aferran a la ilusión, se arriesgan a ser engañados y abandonados sin ninguna explicación.

La elección de pareja tiene que ser por amor y conveniencia; o sea algo bien pensado, con alguien que les transmita confianza, honestidad, sinceridad y respeto; porque en la sencillez y la bondad está lo verdadero.