Sabemos que cuando dos personas están en pareja, muchos automáticamente se separan de sus amigos, a veces porque es tanta la necesidad de estar juntos que parece no quedar espacio para ellos, pero otras veces, obligados por el otro porque no los aguanta.
Al principio, el estado de enamoramiento inicial impide ver con claridad que se está siendo manipulado para que se abandonen amistades de toda la vida porque a la pareja no le gustan; pero a la larga, cuando se recobra la lucidez y el estado de encandilamiento termina, puede ser causa de serias diferencias.
La amistad es también una forma de amar y de ser amado, así como también lo es recibir y dar amor al resto de la familia.
Vivir es estar relacionado y estar ligado a nuestros afectos; y no basta con el amor de pareja.
Los amigos de ambos pueden ser compatibles y disfrutar de compartir tiempo, juntos; pero cuando alguno de los dos se siente a disgusto o incómodo con los amigos del otro, no tiene obligación de frecuentarlos, pero sí tiene que respetarlos y no poner obstáculos en la relación que ellos tienen con su pareja.
Una pareja estable se basa en el respeto mutuo, no sólo en lo que se refiere a las amistades sino también en el respeto a otros intereses, como pueden ser los deportes, el gusto por ver a los propios familiares, los hobbies, algún sano entretenimiento, programas de televisión, etc.
Basta con compartir algunas cosas para tener una buena relación de pareja, sin intenciones de cambiar las preferencias del otro; porque la libertad para poder ser uno mismo, relacionarse, desarrollarse y crecer, sin tropiezos ni exigencias afectivas, crea un vínculo basado en la confianza mutua, más sólido y duradero.
Muchos han conseguido encontrar el amor de su vida después de algunos fracasos y se aferran a él con uñas y dientes, y sienten que los amigos del otro empañan esa felicidad tan anhelada; significando para ellos nubarrones en su horizonte.
Comienzan entonces a poner excusas para evitar los encuentros y no se sinceran, no se animan a decir cómo se sienten con ellos y si les disgustan, pero tampoco desean que su pareja los vea.
Es allí donde se equivocan, porque se pueden conciliar ambos afectos sin perder la armonía en la relación y lo esencial es hablar con franqueza, ser honesto, decir la verdad sobre lo que se siente y si no hay egoísmo ni intenciones posesivas, seguramente el otro comprenderá, tendrá la libertad de verlos él solo, cuando quiera y esa circunstancia no afectará para nada ambos vínculos.
Por otro lado, aceptar los amigos de la pareja crea una necesidad de reciprocidad que permitirá conservar las amistades propias que pueden o no ser de su agrado.
Una pareja puede ser feliz aunque no compartan todos sus intereses; al contrario pueden ser aún más felices respetándose sus propios espacios individuales.
A veces son los celos los que impiden compartir las amistades del otro, pero eso ya es algo que debe tratarse y que forma parte de la personalidad individual, una falla del carácter que se relaciona con los vínculos primarios, con los sentimientos de inseguridad y la baja autoestima.
Cuanto más miedo se tenga a la pérdida de un amor, más riesgo existe de perderlo, porque una pareja tiene que tener oxígeno para poder ser cada uno quien es y para que ambos puedan sentirse cómodos y libres.
Ninguna persona puede tolerar mucho tiempo a alguien que intenta cambiarle demasiado la vida, porque la vida es mucho más que estar en pareja.