El que no puede perdonar es esclavo del rencor y del resentimiento, emociones negativas que tienen el poder de destruir el cuerpo.
El rencor es una pena guardada que contamina todas las experiencias porque cada nuevo dolor la vigoriza y la mantiene viva.
Amarga la vida y malogra el carácter, vuelve a las personas suspicaces y temerosas de repetir historias.
Es el ego el que no perdona cuando es herido porque teme perder la precaria autoestima de la imagen que ha construido de si mismo.
Es para defender una imagen que no perdonamos y nos condenamos a permanecer anclados en el pasado sin poder cambiar ni crecer, atados a los recuerdos ingratos.
Todos necesitamos que nos perdonen y perdonar para seguir adelante y darle una oportunidad al que se ha equivocado, porque nadie está libre de errores, ni siquiera nosotros.
Cuando alguien nos lastima o nos trata mal, volvemos a sentirnos igual que cuando nuestros padres nos reprendían por haber hecho una travesura.
Esa antigua sensación física de temor al rechazo o al abandono vuelve a aparecer como un fantasma cada vez que vivimos una amenaza igual aunque seamos adultos.
Eso ocurre generalmente cuando aún no se ha podido perdonar a los padres.
El ego gasta energía defendiéndose de las agresiones cotidianas, sin saber que el verdadero ser que somos es intocable y que nadie puede atacarlo ni dañarlo.
Cuando estamos identificados con el ego el resultado es invariablemente un continuo sufrimiento, como si estuviéramos en carne viva nos ofendemos cada vez que escuchamos nuestras propias críticas en boca de otro.
Por eso no podemos perdonar, porque el ego es muy vulnerable a la opinión de los demás que apenas nos conocen pero que nos dicen lo que no queremos oír que ya sabemos.
¿Por qué nos hieren lo que los otros dicen y nos duelen sus agresiones? Principalmente porque no estamos seguros de cómo somos y todavía nos estamos preguntando quienes somos.
¿Será porque aún no nos hemos comprometido seriamente con una postura personal y andamos por la vida improvisando según la dirección del viento o porque tal vez nos atrevemos todavía a actuar por capricho?
Somos severos con los otros pero indulgentes con nuestro ego que vive disfrazado de otro.
Lo que es indudable es que es mucho mejor recibir una crítica espontánea que una sonrisa fingida que oculta un mal pensamiento sobre nosotros.
La resistencia a la crítica es el signo de madurez que a casi todos nos falta, porque la mayoría prefiere que les mientan y no escuchar que los contradigan.
Sin embargo, una crítica constructiva es útil cuando se tiene la valentía de resistirla y de aprender de ella y no el temor de que mueva los cimientos de nuestra alma.
Seamos más valientes para resistir la crítica, aprendamos a perdonar los errores de otros y a aceptar que pueden pensar diferente sobre nosotros mismos.
Cada persona nos ve y nos juzga según su perspectiva, eso no significa que tengan razón, pero sí tienen el derecho de pensar lo que quieran.
No podemos agradar a todo el mundo ni tampoco es necesario. Lo más importante es estar conforme con uno mismo.
Perdonar no significa tener que frecuentar a una persona como si no hubiera pasado nada y olvidar todo, porque eso sería negación, el perdón va más allá de eso, significa no guardar emoción negativa alguna ligada al agravio, porque es la emoción la que se enquista en el cuerpo y se transforma en una célula cancerosa.
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