Los seres humanos tienen la capacidad inconsciente de imitar el lenguaje, los gestos y los ademanes de las personas con las cuales interactúan y esta condición tiene la ventaja de producir simpatía en los otros y de favorece las relaciones personales y comerciales.
Los expertos en conducta social denominan mimetismo a esta tendencia humana natural.
Por ejemplo, está comprobado que una camarera recibe más propina cuando repite el pedido de sus clientes.
Desde el punto de vista neurológico, este comportamiento se debe a que la zona cerebral que registra la percepción de movimientos está vinculada al área que gobierna los impulsos motrices.
Se puede observar que parejas que han permanecido unidas por mucho tiempo terminan pareciéndose.
Este fenómeno fue comprobado en la Universidad de Michigan, en los años ochenta del siglo pasado, por el psicólogo social Robert Zajonc y por Ann Arbor, comparando fotografías antiguas con otras actuales, de parejas que aún permanecían juntas.
En este estudio se pudo mostrar también que cuanto más armoniosa era la relación mayor era la similitud.
Algunos animales tienen la capacidad de mimetizarse con su entorno para protegerse de sus depredadores.
Woody Allen, en su película Zelig muestra el efecto camaleón que también manifiestan las personas para adaptarse física y psicológicamente al ambiente, que expresa la necesidad de sentirse aceptado.
Los bebés imitan los movimientos de los rostros que ven, sonríen, se enojan o se ponen tristes, tal como ven estas expresiones, principalmente en el rostro de su madre.
Cuando crecen, ya han incorporado modos de hablar que copiaron de sus padres que los demás pueden distinguir fácilmente.
Lo mismo ocurre si una persona está en un país extranjero, al poco tiempo comienza a adoptar los modismos locales y hasta el acento del otro idioma.
Las personas que interactúan entre sí se imitan mutuamente cuando hablan, copiando la velocidad, el ritmo, el vocabulario e incluso la forma de usar el lenguaje.
Una persona de buen humor puede cambiar el estado de ánimo de otra que es malhumorada si conviven mucho tiempo juntas.
La imitación también influye en la apariencia externa; según afirma Ulf Dimberg de la Universidad de Uppsala, al ver el efecto positivo que tenían los rostros de los probandos cuando se les mostraban fotografías de personas alegres.
Cuando se repite una expresión facial mucho tiempo, los músculos y los vasos sanguíneos que intervienen en esos movimientos, pueden modificar la fisonomía de una persona.
Se tiende a imitar a los otros principalmente cuando alguien se siente excluído.
Cuando una persona imita a otra, siente que su interlocutor lo valora más, que la relación es más armoniosa y que la comunicación es mejor.
Sin embargo, también puede ocurrir que el mimetismo perturbe la capacidad de juicio y se priorice la relación en detrimento de la propia forma de pensar.
La conducta imitativa social varía de una cultura a otra. En Japón, por ejemplo, en que los individuos valoran más la cohesión social y el espíritu comunitario suelen imitar en mayor medida la conducta de los demás; mientras en países occidentales, donde se valora más el rendimiento individual y la independencia, lo hacen en menor proporción.
Los adolescentes imitan a otros para poder pertenecer a un grupo y ser aceptados.
Las modas se imitan para no lucir diferente y ser discriminado.
Fuente: “Mente y Cerebro” “Camaleones Sociales”, Arnd Florack y Oliver Genschow. 11/2011.