Cuando un niño nace la madre es fuente de satisfacción y seguridad; y al crecer tiene la experiencia de ser amado solamente por ser su hijo; porque el amor de la madre es incondicional.
Hasta los seis años un niño se contenta con el amor que le brinda su madre, pero a partir de esa edad es capaz de darle amor a sus padres haciendo cosas que les agraden; abandonando su estado de narcisismo y sintiendo la necesidad de compartir y de estar en unidad con ellos.
El amor infantil es: amo porque me aman o amo porque los necesito; mientras el amor maduro es: los necesito porque los amo o porque los amo me aman.
En los primeros años de vida la relación más estrecha del niño es con la madre; pero poco a poco se va independizando y esa relación va perdiendo su significado primitivo mientras se va fortaleciendo la relación con su padre.
El amor materno, representa el anhelo más profundo de todo ser humano, o sea ser amado sin condiciones y no por sus méritos, tanto siendo niños como adultos.
Siendo niños la mayoría puede gozar del amor incondicional de la madre, pero de adultos este anhelo es más difícil de satisfacer.
La relación con el padre es diferente. El padre representa el mundo del pensamiento, de las cosas, de la ley, de a disciplina, de la aventura.
El padre es el que le abre a su hijo la puerta al mundo, su amor es condicional porque debe cumplir con sus expectativas, portarse bien, ser como él. Al amor paterno hay que ganárselo y se puede perder si no se hace lo que él espera, o sea que se le obedezca.
El amor del padre se puede conseguir haciendo algo, pero para ser amado por la madre no es necesario hacer nada.
A los seis años un niño necesita el amor del padre, su autoridad, su guía; y la madre debe favorecer esa relación. Porque la función de la madre es brindarle seguridad a su hijo y la del padre guiarlo para que aprenda a vivir en la sociedad en que ha nacido.
La madre debe confiar en la vida, no ser demasiado ansiosa y desear que su hijo sea en el futuro una persona independiente.
El padre debe ser paciente y tolerante, no autoritario ni amenazante; permitiéndole oportunamente a su hijo que sea su propia autoridad.
En el mejor de los casos una persona madura llega a ser su propio padre y su propia madre; o sea cuando se libera de las figuras parentales y las incorpora a su interioridad, elaborando una conciencia materna que le permite tener capacidad de amar y una conciencia paterna basada en su razón y en su discernimiento.
Una persona que considera solamente su conciencia paterna será inhumana y áspera; y si tuviera únicamente conciencia materna perdería su criterio y podría trabar su desarrollo o el de otros.
La base de la salud mental y de la madurez se logra con la síntesis de la relación con el padre y la madre; y el fracaso de este desarrollo es la causa fundamental de la neurosis.
Una de esas causas se produce cuando el niño tiene una madre amante pero demasiado indulgente o dominante y un padre débil e indiferente.
En estas circunstancias el niño puede convertirse en alguien dependiente de su madre, con la necesidad de recibir, de ser protegido y cuidado y carecer de las cualidades paternas de independencia, de disciplina y de la capacidad para controlar su vida.
Estas personas buscarán madres en el mundo tanto en mujeres como en hombres de poder y autoridad.
Si en cambio la madre fuese fría, indiferente y dominante, puede transferir la necesidad de protección materna al padre y el resultado puede ser parecido al anterior, o bien, identificarse con las cualidades del padre pero sin la capacidad de esperar recibir amor incondicional, situación que se acentuaría si el padre fuese autoritario y muy apegado al hijo.
La neurosis se produce cuando el principio materno y paterno no se desarrolla por alguna razón o cuando los papeles paternos se tornan confusos.
Ciertas neurosis obsesivas se basan en el apego unilateral al padre, mientras otras patologías como la histeria, las adicciones, las depresiones, y la incapacidad para autoafirmarse y para enfrentar la vida, pueden ser el resultado de una relación demasiado estrecha con la madre.
Fuente: “El arte de amar”, Erich Fromm