El día de hoy para acompañar a Cristo en su pasión,su muerte y su resurrección,vamos a centrar nuestra reflexión en l a
entrada de Cristo a Jerusalén
La entrada Mesiánica de Jesús en Jerusalén,
tal como la presenta San Juan,
se encuentra centrada en un contexto muy particular.
No hay que olvidar que los evangelios
son una carga espiritual, teológica,
de presencia de Cristo.
Por así decirlo, son un retrato descrito.
San Juan ubica la entrada de Cristo en Jerusalén,
por una parte, en el contexto de la unción de Betania,
en la que se ha vuelto a hablar de la resurrección.
Junto con este aspecto de la resurrección aparece,
como sombra constante,
la determinación de los sumos sacerdotes
para deshacerse de Cristo.
Y como un segundo trasfondo de la entrada
de Cristo en Jerusalén
está el contexto del discurso de Jesús
sobre el grano de trigo que tiene
que caer y morir para dar fruto.
Dice el Evangelio:
"Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre.
En verdad, en verdad os digo:
si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo;
pero si muere, da mucho fruto".
En el texto del grano de trigo se vuelve
a repetir el mismo dinamismo que se encierra en la voz de
"lo he glorificado",
junto con la conciencia clara de la
presencia inminente de la pasión.
A nosotros nos llama mucho la atención que
todo el misterio de la entrada de Jesús en Jerusalén
quiera estar enmarcado en este contraluz de muerte
y resurrección (el grano de trigo
que muere para poder dar fruto), pero,
independientemente de que pueda ser un poco literario,
este contexto nos permite ver lo que es
exactamente la entrada de Cristo en Jerusalén.
Por una parte vemos que el pueblo realiza
lo que estaba escrito que tenía que realizar:
"Esto no lo comprendieron sus discípulos de
momento; pero cuando Jesús fue glorificado,
se dieron cuenta de que esto estaba escrito sobre él,
y que era lo que le habían hecho".
Por otra parte, la voz del pueblo es un signo
que indica lo que Cristo es verdaderamente:
"Bendito el que viene en el nombre del Señor,
el Rey de Israel". Sin embargo,
como tantas veces sucede con Cristo,
los hombres actúan sin saber que están actuando
de una forma profética.
El pueblo no sabe lo que hace,
pero aclama el triunfo y el éxito maravilloso
de un taumaturgo que resucitará.
Además, las palabras de la gente tienen
un total carácter de proclamación mesiánica,
por la que Cristo se presenta como liberador de Israel.
Y así, Cristo cumple un gesto mesiánico
que Zacarías había profetizado:
"No temas, hija de Sión;
mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna".
Cristo se sienta en el asno,
aceptando con ello el que se le proclame Rey,
realizando así la profecía de Zacarías.
Sin embargo, esto no obscurece su conciencia
de que su mesianismo no es de tipo mundano,
sino que esta unción como Mesías,
esta proclamación, es el camino que lo
va a llevar a la cruz.
No hay que olvidar que el Mesías es el que resume,
en sí mismo, todos los símbolos de Israel: el profeta,
el sacerdote, el rey. Y como dijo el mismo Cristo,
es el profeta que va a morir en Jerusalén,
y es el sacerdote que llega hasta donde
está el templo para ofrecer el sacrificio.
Pero, junto con esta visión externa que nos
puede ayudar a preguntarnos: ¿qué tanto soy
capaz de seguir a este Cristo,
que como rey, profeta y sacerdote va
a ser sacrificado por mí?,
yo les invitaría a contemplar el alma de Cristo,
el interior de Cristo en su entrada a Jerusalén.
El alma de Cristo tiene ante sí,
con una gran claridad, el plan de Dios sobre Él.
Autor: P. Cipriano Sánchez
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