Sumiso, cual cordero que acompañan Camino de su propio matadero, Avanza entre la turba sin entrañas el hombre más sublime y verdadero.
Cargado con la cruz, no retrocede, Soporta con heroica valentía Las burlas que continuas se suceden haciendo interminable su agonía.
Lo azotan, y sus labios no maldicen. Lo insultan, y sus ojos no condenan. Sus manos doloridas, aún bendicen a aquellos que por El lloran de pena.
Y asciende hasta la cumbre del Calvario Cual mártir, sin quejidos ni lamentos. Envuelven al Señor como un sudario la sangre y el dolor de sus tormentos.
Lo clavan en la cruz y no se queja… Levantan el madero y sufre horrores… Su cuerpo se desgarra, mas El deja que el hombre le descargue sus furores.
¿Pero es posible, oh Dios, tanta ceguera?… ¿No ven que aquel ser puro es inocente?… No pueden acusarlo tan siquiera de ser ante el dolor indiferente.
Con tanta enfermedad como sanaste, ¿no hay nadie que con pecho agradecido defienda tu inocencia? ¡Qué contraste…! hoy todos con temor se han escondido.
Los mismos que horas antes prometían Su causa defender, lo abandonaron, Y ocultan su vergüenza y cobardía no lejos del que sufre el desamparo.
Y sigue allá en la cruz: mientras la gente Le injuria sin piedad, hieren y afrentan. El ruega con amor al Dios Potente que aquel pecado atroz no tenga en cuenta.
¡Con cuánta abnegación sufre el martirio…! ¡Que amor tan sin medida está mostrando!… Soporta aquel satánico delirio y aún ruega por los que le están matando.
Su cuerpo está bañado en sangre pura, De sangre inmaculada, redentora. Rebosa ya su copa de amargura pero El aguanta firme aquella hora.
Contemplo aquella escena horrorizado, Al ver la crueldad de aquel proceso. No entiendo por qué el odio han desatado, ni por qué le traicionan con un beso.
Tratando de entender, sigo las huellas De sangre que deja el Nazareno, Y encuentro alrededor rostros de piedra miradas ponzoñosas de veneno.
Verdugos con las caras impasibles. Soldados con coraza en los sentidos. Escribas, fariseos, insensibles con alma y corazón empedernidos.
Me acerco y en mi ser siento el impulso Rabioso de escupir a aquella escoria. Allí están, los infames que yo acuso del crimen más horrendo de la historia.
Les miro y mi sorpresa es pavorosa. Los seres que yo encuentro allí delante, Me miran con sonrisa maliciosa y en todos se refleja mi semblante.
Mi cara, mi expresión, mis movimientos, Lo mismo que un espejo reflejaban. Y ahora, igual que yo, todos a un tiempo con gesto retadores me acusaban.
¡Señor…! ¿Qué significa?… ¿por qué un yugo me une en semejanza tan terrible? Resulta, que yo soy el cruel verdugo que esta crucificándote… ¡¡Es horrible…!!
Me siento avergonzado, confundido, Al ver con realidad lo revelado. El principal verdugo, sólo ha sido la furia criminal de mi pecado.
Mis vicios, mis pasiones y rencores, El odio, envidia, orgullo y vanidad, Cual lanza y clavo fueron los autores que dieron muerte a Cristo en realidad.
No quiero yo acusar con osadía Ni a Herodes, ni Pilatos, ni a Caifás. Si Cristo padeció, la culpa es mía. no es noble que me excuse en los demás.
¿Por qué te irrita, oh mundo, el ver a veces la imagen de Jesús crucificado? Tú mismo que al mirarlo te enterneces, también por culpa tuya fue clavado.
Quien puso a Jesucristo en el madero No fueron ni judíos ni romanos. Ha sido tu maldad, el verdadero verdugo de aquel crimen tan villano.
Murió por el mortal que no merece Ni amor ni compasión por su extravío, Y gracias a su cruz, hoy nos ofrece perdón para el pecado tuyo y mío.
¿Qué harás ante la gracia Redentora? Acude con el alma arrepentida, Que Cristo el Salvador te espera ahora Dispuesto a darte amor y eterna vida.