La violencia de género en la actualidad ha dejado de ser un fenómeno privado y poco difundido para convertirse en un tema habitual de la crónica cotidiana, por el carácter sádico que cobran estos hechos que pueden llevar a las víctimas a la muerte.

Quemar a la mujer es la práctica más común en estos tiempos, que puede dejarla desfigurada de por vida o matarla.

La violencia de género se relaciona con el sadismo y el masoquismo.

Según Sigmund Freud, el sadismo y el masoquismo son dos perversiones, que están conectadas entre sí y que se pueden encontrar en proporciones variables en un mismo individuo. El término perversión para este autor no tiene un sentido peyorativo o degradante sino que significa una acción desviada de su finalidad original, como pueden ser por ejemplo todas las conductas sexuales que no sean el coito.

Un sádico es también un masoquista, pero esto no quita que pueda predominar alguno de los dos aspectos, que serán los que caracterizarán la actividad sexual que prevalezca; el sádico de dominio y el masoquista de sumisión.

El sadismo y el masoquismo trasciende el ámbito de las perversiones y esa antítesis actividad pasividad condiciona la vida sexual general.

En cuanto a la génesis, el sadismo es anterior al masoquismo, que se instala cuando el sadismo se vuelve contra el mismo sujeto.

Para Freud el sadismo es el ejercicio de la pulsión de dominio, contra otro, cuyo sufrimiento no afecta al que agrede ni representa ningún placer sexual.

Para este autor, solamente en la fase masoquista la pulsión adquiere un significado sexual y el hacer sufrir se convierte en una característica de la sexualidad; o sea cuando las sensaciones dolorosas se asocian a la excitación sexual y provocan placer.

Por ejemplo, en la neurosis obsesiva, el sujeto se produce sufrimiento a sí mismo o bien se hace castigar por otro, ó hace sufrir a otro; y esto le produce goce masoquista porque se identifica con la víctima.

El conflicto interior es de dominio-sumisión, una posición de perseguido-perseguidor.

Toda interferencia del poder implica relaciones sadomasoquistas del tipo dominio sumisión.

Las polaridades actividad-pasividad que se manifiestan en el sadismo y el masoquismo son las que caracterizan la vida sexual del sujeto, que se vuelven a dar en los puestos que los suceden fálico-castrado, masculino femenino.

La relación entre el sadismo y el masoquismo es tan estrecha que estos términos no se pueden separar ni analizar por separado.

¿Por qué en estos momentos parece haberse acentuado la tendencia sádica de los hombres contra las mujeres y por qué las agresiones son cada vez más violentas?

Una respuesta se puede deducir del nuevo rol de la mujer en la sociedad, que descoloca al hombre y le hace perder su carácter dominante.

Desfigurar a la mujer implica atacar su aspecto más vulnerable que es su atractivo físico y arrebatarle la posibilidad de encontrar otro hombre.

El sádico se asegura así tener a su víctima para siempre, porque a pesar de todo, su actitud masoquista no le permite desvincularse con el agresor.

Podrá tener otras parejas, pero éstos serán siempre golpeadores, porque es la única forma que le permite disfrutar del sexo.

Toda interferencia del poder implica relaciones sadomasoquistas del tipo dominación sumisión.

Se podría afirmar que en casi todas las parejas existe y que se manifiesta después de la luna de miel en la lucha por el poder, que a veces nunca termina.

Para prevenir la violencia de género en la edad adulta es necesario no someter a los niños a ninguna clase de violencia en la casa, que no sean testigos de las peleas de sus padres y evitar que vean escenas de violencia por cualquier medio.

Desde las teorías del aprendizaje y la psicología cognitiva, la violencia es una conducta que se aprende, un hábito que produce un condicionamiento.

La neurociencia afirma que los hábitos de comportamiento forman nuevas conexiones nerviosas, de manera que es muy difícil erradicarlos para siempre, como ocurre con las adicciones, la conducta violenta, los abusos y las violaciones.

Fuente: “Diccionario de Psicoanálisis”, Laplanche y Pontalis


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