Alabado sea Jesucristo…
Según el relato de Juan, una vez más los judíos son incapaces de ir más allá de lo físico y de lo material e interrumpen a Jesús, escandalizados por el lenguaje agresivo que Jesús emplea: "¿Cómo puede éste, darnos a comer su carne?". Jesús no retira su afirmación sino que da a sus palabras un contenido más profundo.
Las palabras que siguen no hacen sino destacar su carácter fundamental e indispensable: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida". Si los discípulos no se alimentan de Jesús, podrán hacer y decir muchas cosas, pero no tienen que olvidar sus palabras: "No tienen vida en ustedes".
Para tener vida dentro de nosotros, necesitamos alimentarnos de Jesús, nutrirnos de su aliento vital, interiorizar sus actitudes y sus criterios de vida. Éste es el secreto y la fuerza de la Eucaristía. Sólo lo conocen aquellos que comulgan con Jesús y se alimentan de su pasión por el Padre y de su amor a sus hijos.
La vida que Jesús transmite a sus discípulos en la Eucaristía es la que Él mismo recibe del Padre que es Fuente inagotable de vida plena. Una vida que no se extingue con nuestra muerte biológica. Por eso se atreve Jesús a hacer esta promesa a los suyos: "El que come este pan, vivirá para siempre".
José Antonio Pagola