Lalo de 8 años, entró en su casa, después de clase, pateando fuerte. Su padre, que estaba en casa, al verlo entrar, lo llamó para conversar. Lalo lo acompañó desconfiado.
Antes que su padre hablara algo, Lalo dijo irritado:
- Padre, estoy con muchísima rabia. Joaquín no podría haberme hecho lo que hizo.
Su padre, un hombre sencillo pero sabio, escuchaba a su hijo mientras ese seguía con su reclamo.
- Joaquín me humilló delante de mis amigos. Me gustaría que le pasase algo bien malo!
El padre escuchó todo callado mientras caminaba buscando una bolsa de carbón, la encontró, se la dió y le dijo a Lalo:
- Hijo, quiero hacerte una propuesta. Imaginemos que aquella camisa blanca que está en la soga es tu amigo Joaquín y que cada trozo de carbón es un pensamiento malo que tu le envías. Quiero que tires todo esos carbones en la camisa, hasta el último trozo y dentro un rato vuelvo para ver como quedó.
Al niño le pareció un divertido juego, la camisa estaba colgada lejos y pocos trozos acertaban al blanco. El padre que miraba todo, le preguntó:
- Hijo, ¿cómo estás ahora?
- Estoy cansado, pero feliz porque acerté muchos trozos de carbón en la camisa.
El padre miró a su hijo, que no entendía la razón de aquél juego, y dijo:
- Ven, quiero que veas una cosa.
El hijo fue hasta el cuarto y se miró en un gran espejo. ¡Qué susto! Lalo sólo conseguía ver sus dientes y ojitos.
Su padre, entonces, le dijo:
- Viste que la camisa casi no se ensució... pero fíjate en tí mismo. Las cosas malas que deseamos a los otros son como lo que te pasó a tí...
Aunque consigamos perturbar la vida de alguien con nuestros pensamientos, los residuos de esos se quedan siempre en nosotros mismos.
Piensa en eso...
Desconozco su autor