Alabado sea Jesucristo…
Los cristianos de la primera y segunda generación recordaban a Jesús no tanto como un hombre religioso, sino como un profeta que denunciaba con audacia los peligros y trampas de toda religión. Lo suyo no era la observancia piadosa por encima de todo, sino la búsqueda apasionada de la voluntad de Dios.
Jesús cita a Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Luego denuncia en términos claros dónde está la trampa: “Dejan en un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres”.
Cuando nos aferramos ciegamente a “tradiciones humanas”, corremos el riesgo de olvidar el mandato del amor y desviarnos del seguimiento a Jesús, la Palabra encarnada de Dios. En la religión cristiana lo primero es siempre Jesús y su llamada al amor. Solo después vienen nuestras “tradiciones humanas”, por muy importantes que nos puedan parecer. No tenemos que olvidar nunca lo esencial.
José Antonio Pagola