Alabado sea Jesucristo…
“Amar hasta que duela”, afirmaba Teresa de Calcuta. Había aprendido la “lección” del Señor: amar hasta el sacrificio, hasta servir y dar la vida en rescate por una multitud.
Es natural que “no simpaticemos” con el sacrificio y el sufrimiento. Pero, ¿podemos evitarlo? ¡Cuánto sacrificio reclama la vida cotidiana, el amor de los padres hacia sus hijos, el ejercicio de la caridad! El cristiano no puede hacer de la Cruz un “objeto de arte” o el símbolo de lo que sufrió “otro”. El cristiano sube con Cristo a la Cruz para participar también de la gloria de la Resurrección. Estamos comprometidos a hacer nuestra parte en la redención de la humanidad ofreciendo al Señor la realidad de nuestra vida concreta: los gozos y las fatigas; las alegrías y las tristezas; la enfermedad y el dolor; el cotidiano esfuerzo de vivir el Evangelio.
¡Todo cristiano tiene que “morir” para que la humanidad viva! Y hacerlo humilde y anónimamente, como Jesús que no vino para ser servido, sino para servir y dar la vida en rescate por una multitud.
“El Domingo”