LA HORMIGA Y LA ABEJA
Una hormiga a la que le gustaba mucho el chocolate, paseaba por los alrededores de las huertas, de la Vila. Atraída por el penetrante olor a chocolate, se perdió del resto de sus compañeras.
A sabiendas del mal tiempo que se avecina, arriesgó su pellejo arrimándose hasta un pedazo de chocolate olvidado por el suelo. No estaba dispuesta a irse sin él. Una vez cargó con el dulce, se da cuenta del riesgo que corre sola por esos lugares. A lo lejos, una bandada de perdices sobrevuela los llanos, obligándola a refugiarse que entre unas matas, para no ser comida. Sin duda alguna sería un buen aperitivo para ellas.
De repente, un rayo cae sobre un árbol cercano, causando gran estruendo. Las perdices espantadas se dispersan volando. Es el momento de salir de su escondite.
De repente comienza a llover intensamente, obligándola a buscar refugio bajo unas hojas en un montículo.
La tormenta arrecia, y la hormiga da signos evidentes de su desorientación. Las escorrentías crecidas acaban desbordándose. A punto está de ser tragada por la lluvia, hasta que al final la corriente la arrastra. Allí, va torrente abajo intentando agarrarse a algún recodo. Los esfuerzos son inútiles, parece desistir a su suerte, cansada y agotada de bracear.
En lo alto de una higuera centenaria una abeja recolectaba néctar para su colmena; entonces fue cuando vio a su amiga, la hormiga, en apuros. Dejándolo todo, se tiró a auxiliarla.
Pronto se dio cuenta que no podía con ella y con el chocolate,
- Si no quieres que nos ahoguemos tira el chocolate pero ella se negó, con lo que la había costado dijo socorro (Le dijo)
Pero sus plegarias no eran escuchadas. Una ráfaga de viento bajo las ramas de un árbol y se salvaron las dos; extenuadas del cansancio. Aunque con la fuerza suficiente como fundirse en un abrazo, entre sollozos de alegría.
“Que cara golosina
El apetito ciego
A cuantos precipita
Que por lograr una nada
Un todo sacrifican”
Félix Maria Samaniego
Una hormiga a la que le gustaba mucho el chocolate, paseaba por los alrededores de las huertas, de la Vila. Atraída por el penetrante olor a chocolate, se perdió del resto de sus compañeras.
A sabiendas del mal tiempo que se avecina, arriesgó su pellejo arrimándose hasta un pedazo de chocolate olvidado por el suelo. No estaba dispuesta a irse sin él. Una vez cargó con el dulce, se da cuenta del riesgo que corre sola por esos lugares. A lo lejos, una bandada de perdices sobrevuela los llanos, obligándola a refugiarse que entre unas matas, para no ser comida. Sin duda alguna sería un buen aperitivo para ellas.
De repente, un rayo cae sobre un árbol cercano, causando gran estruendo. Las perdices espantadas se dispersan volando. Es el momento de salir de su escondite.
De repente comienza a llover intensamente, obligándola a buscar refugio bajo unas hojas en un montículo.
La tormenta arrecia, y la hormiga da signos evidentes de su desorientación. Las escorrentías crecidas acaban desbordándose. A punto está de ser tragada por la lluvia, hasta que al final la corriente la arrastra. Allí, va torrente abajo intentando agarrarse a algún recodo. Los esfuerzos son inútiles, parece desistir a su suerte, cansada y agotada de bracear.
En lo alto de una higuera centenaria una abeja recolectaba néctar para su colmena; entonces fue cuando vio a su amiga, la hormiga, en apuros. Dejándolo todo, se tiró a auxiliarla.
Pronto se dio cuenta que no podía con ella y con el chocolate,
- Si no quieres que nos ahoguemos tira el chocolate pero ella se negó, con lo que la había costado dijo socorro (Le dijo)
Pero sus plegarias no eran escuchadas. Una ráfaga de viento bajo las ramas de un árbol y se salvaron las dos; extenuadas del cansancio. Aunque con la fuerza suficiente como fundirse en un abrazo, entre sollozos de alegría.
“Que cara golosina
El apetito ciego
A cuantos precipita
Que por lograr una nada
Un todo sacrifican”
Félix Maria Samaniego