Alabado sea Jesucristo…
La Iglesia nos recuerda que estamos todos llamados por el Bautismo a la santidad, y nos los pone como muestra; como confirmación de que esto es posible.
Muchas veces pensamos en que ser santo es hacer algo muy grande, doloroso, crear instituciones de beneficencia etc. Para ser santo lo único que hay que tener grande es el corazón, inflamado de amor por Cristo.
En una ocasión le preguntaba a San Agustín su hermana, ¿qué se necesita para ser santo? A lo que le respondió: “querer”, pero ese querer ha de ser un querer continuado, perseverante, ilusionado con un corazón joven.
¿Cómo podemos ser santos? Convirtiendo nuestra vida ordinaria, en algo extraordinario. Y la hacemos extraordinaria cuando, hagamos lo que hagamos, lo que nos mueve es amor. Amor primero a Dios y luego a los demás, por Dios.
San Agustín dijo: “Ama y haz lo que quieras”.
No podemos negar que se necesita mucha ayuda para poder lograr llegar al cielo. ¿Dónde encontramos esta ayuda? Primero que nada en los Sacramentos, ellos nos darán la misma fuerza de Cristo. La misma fuerza que tuvieron los mártires.
Luego la oración, que es hablar con Dios cara a cara, como diría San Josemaría Escrivá de Balaguer. Cuando leemos la vida de cualquier santo, nos damos cuenta de cómo se apoyaba en ese trato íntimo, para sacar fuerza todos los días y seguir adelante. Santa Teresa de Ávila repetía “Orar, es un trato de amistad con Dios”. Preguntémonos a nosotros mismos ¿qué puedo hacer yo por ti? Y lo que hagamos por el más pequeño, a Él se lo hacemos.