Alabado sea Jesucristo…
Después de recibir la llamada de Dios, anunciándole que será madre del Mesías, María se pone en camino sola. Empieza para ella una vida nueva, al servicio de su Hijo Jesús. Marcha "de prisa", con decisión. Siente necesidad de compartir su alegría con su prima Isabel y de ponerse, cuanto antes, a su servicio en los últimos meses de embarazo.
El encuentro de las dos madres es una escena insólita. No están presentes los varones. Solo dos mujeres sencillas, sin ningún título ni relevancia en la religión judía. María, que lleva consigo a todas partes a Jesús, e Isabel que, llena del espíritu profético, se atreve a bendecir a su prima sin ser sacerdote: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre".
Lo que más le sorprende es la actuación de María. No ha venido a mostrar su dignidad de Madre del Mesías. No está allí para ser servida sino para servir. Isabel no sale de su asombro. "¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?".
Nosotros, los varones, no las escuchamos, pero Dios puede suscitar mujeres creyentes, llenas de espíritu profético. Que nos contagien alegría y den a la Iglesia un rostro más humano. Serán una bendición. Nos enseñarán a seguir a Jesús con más pasión y fidelidad.
José Antonio Pagola