Alabado sea Jesucristo…
Hoy cerramos el tiempo litúrgico de Navidad, contemplando el Bautismo de Jesús en el río Jordán a manos de Juan, el Bautista, hijo de Isabel y Zacarías, a quien podríamos considerar como el último profeta antes del Mesías, nexo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Juan, que predicaba la venida del Mesías, no permite que la gente lo confunda con él… Juan se proclama como “la voz que clama en el desierto, enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías” (Jn 1, 23). Llama a la conversión y a la penitencia ante la inminente llegada del Mesías, que ya está entre ellos. Y por eso les ofrece un bautismo de agua, para lavarlos pecados, a diferencia del que viene detrás de él, que “los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego” (Lc 3, 16).
En el Bautismo de Jesús, se produce una nueva Epifanía (manifestación): allí están presentes las tres Personas de la Santísima Trinidad: Jesús, protagonista central del hecho, el Espíritu Santo que se corporiza en forma de paloma, y el Padre, cuya voz se escucha desde los cielos diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mt 3, 17).
Dice San Agustín: “Esta obra es la de toda la Trinidad. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, existen en una misma esencia, sin diferencias de tiempo ni de lugares. En cuanto a lo que se dice visiblemente en las sagradas letras, aparecieron separadamente en cuanto a los espacios que cada persona ocupaba. Desde luego se sabe que la Santísima Trinidad se conoce en sí misma inseparable, pero se puede mostrar separadamente por medio de aspectos materiales”
Con esta extraordinaria manifestación de la Trinidad en el momento del Bautismo de Jesús, cerramos pues el tiempo litúrgico de la Navidad, para comenzar el tiempo ordinario durante el año.
Que Jesús nos acompañe, el Espíritu Santo nos ilumine, y Dios Padre nos bendiga. Amén.