Estabas sentada en la esquina de mi cama, Tu espalda describía mi sueño perfecto En el que conocí el misterio de tu ropero y del cajón que resguarda tus ropas. Mis dedos escalaron por tu columna marcada En tu piel perfecta, suave y transparente, Para descubrir en tu cuello aquel declive Que recorre tu pecho hasta tu ombligo.
Mi boca siguió el camino prohibido, Aquel territorio que era de otro hombre, Para descubrir entre tu silueta, perdido, Lo que con mi mujer no había conocido: Una visión prohibida, una pasión divina, Un amor escalofriante que nos unía; Sin saber qué nos hizo caer en este cuento: dormir desnudos de noche y de día no conocernos. Un secreto incriminante, compartirnos el cuerpo, Amarnos más que a quien nos espera Y no sospecha lo que hacemos…