El periódico francés "Le magazine des voyages de pêche"
en su 56a edición, publicó un asombroso reportaje:
Una maravillosa historia de amor.
"Arnold Pointer un pescador profesional del sur de
Australia cuenta cómo salvó de la muerte segura
a un gran tiburón blanco hembra cuando quedó
prácticamente enredado en sus redes de pesca.
Ahora el pescador tiene un problema: Él dice:
“Desde hace dos años, no ando solo.
Ella me sigue a todos lados cuando estoy en el mar
y su presencia ahuyenta a los demás peces.
Yo no sé qué hacer para que no me siga más".
Es difícil deshacerse de un tiburón de 17 pies de largo,
cuando los tiburones blancos son una especie protegida
para su conservación, pero un afecto mutuo
se ha establecido entre Arnold y “Cindy”.
Arnold dice: “Cuando paro el bote ella viene hacia mí,
da vuelta sobre su costado y me permite acariciarla,
emite gruñidos, entorna los ojos,
y mueve sus aletas de felicidad...”
Ciertamente el ser humano debe todavía aprender más
sobre la conciencia de los seres tan
diversos que pueblan el mundo.
Muchas veces uno cree ser el centro del universo y
construye a Dios a su propia imagen y semejanza.
Imagen y semejanza que por otra parte, no está dada
tampoco por motivos individuales, sino que se ha
impregnado desde la socialización cultural que intenta
diferenciarse a pesar de sus propias doctrinas, motivando
en sus individuos convencimientos que en lugar de sumar,
solo restan. Restan capacidades emocionales, espirituales
y humanitarias para convertirse en cualidades productivas
al servicio de una idea, de un objetivo político o de un
partidismo con el único fin de obtener poder
dominante sobre los demás.
El ser humano todavía debe aprender sobre "el poder del amor"
empezando a revertir una creencia que lo lleva a accionar
con "amor al poder" y para ello solo bastaría aprender
a ser agradecidos de todo cuanto tenemos, de todo cuanto
nos rodea, de todo cuanto somos y del lugar en el que
estamos, a la gente misma que nos completa como así
también principalmente al hacedor de todo... a Dios.
Miguel Ángel Arcel