Un cuento de
Khalil Gibran
Paseaba por los jardines de una residencia psiquiátrica cuando encontré a un muchacho
que leía un libro de filosofía.
Por su actitud y por la salud que aparentaba, contrastaba con el resto de los internos.
Me senté a su lado y le pregunté:
–¿Qué haces aquí?
Él me miró sorprendido. Pero viendo que yo no era uno de los médicos, respondió:
–Es muy sencillo: mi padre, un brillante abogado, quería que fuese como él.
A mi tío, dueño de un gran establecimiento comercial,
le hubiera gustado que siguiese su ejemplo.
Mi madre deseaba que fuese la viva imagen de su adorado padre.
Mi hermana siempre me daba como ejemplo de hombre triunfador el caso de su propio marido.
Mi hermano hacía lo posible por entrenarme para convertirme en un excelente atleta como él.
»Y lo mismo ocurría con mis profesores en la escuela,
con el maestro de piano o con el instructor de inglés:
todos estaban plenamente convencidos de que eran el mejor ejemplo de vida que podían darme.
Nadie me miraba como se debe mirar a una persona,
sino como si se mirasen en un espejo.
»Por consiguiente, decidí internarme en esta residencia.
Por lo menos aquí puedo ser yo mismo.