Alabado sea Jesucristo…
¿Cuál nos retrata mejor: el fariseo que se jacta de ser bueno para que Dios no tenga dudas de él y le canta como cumple sus obligaciones religiosas, o el publicano que se humilla ante lo sagrado?
Hay cristianos que se acercan al fariseo: creen que Dios no premia “lo bueno que son”… Nunca el orgullo, la altanería y el narcisismo (y mucho menos el desprecio por los demás) nos acercarán a Dios.
El publicano de la parábola ni siquiera se anima a mirar hacia el cielo, y sólo atina a reconocerse pecador. Y Jesús aclara que éste se vuelve a su casa perdonado, reconciliado con Dios.
La figura del publicano es algo más que “simpática”… es irremplazable. Necesitamos imitar al publicano: reconocer que somos pecadores, pedir humildemente perdón y confiar en el amor de Dios, que nunca rechaza un corazón contrito y humillado.