El sol se levanta sobre el vasto
paisaje urbano de Jerusalén, e
ilumina los blancos muros
de la antigua ciudad y se
levanta sobre los edificios. Al
norte de los muros, se
halla un apacible jardín.
Poco después, llegará una
multitud de turistas y se
sentarán en los bancos que
dan al jardín. Algunos bajarán
por las escaleras hasta el punto
más bajo del jardín, escondido
discretamente tras una puerta
de piedra, y observarán
con reverencia en la oquedad
de la roca donde se colocó un
cuerpo hace más de dos mil años
. Al salir, notarán un cartel
en la puerta que dice:
“No está aquí, porque ha resucitado”.
Los turistas no vienen al
Jardín del sepulcro porque
crean que allí fue donde Jesús
fue enterrado, sino que vienen
porque tienen la esperanza de
que aquí es dónde Jesús
hizo lo que nunca se había
hecho antes: Él
volvió a vivir.
Dios envió a Jesús a la tierra
a enseñarnos una mejor manera
de vivir. Aunque Su ministerio
duró sólo tres años,
Sus enseñanzas han influido
en millones de personas
durante casi dos milenios.
Pero el regalo más grande
que Jesús nos dio fue Su
vida. Él pagó el precio de
nuestros pecados, murió
en la cruz y resucitó de
entre los muertos, abriendo
así el camino para que
volvamos a vivir con Dios algún día.