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General: el miedo al rechazo
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: IKH@NN@  (Mensaje original) Enviado: 19/09/2014 21:44
 

El miedo al rechazo


La necesidad de integración es algo que experimentamos desde que somos pequeños. Ya en el patio de la escuela se forman grupos y nadie quiere quedarse sin pertenecer a uno aunque esto suponga ciertos sacrificios, como tener que cambiar las actividades que nos gustan por otras que son compartidas o bien aceptadas en el grupo. Lo cierto es que la madurez nos hace ver este tipo de situaciones con otra perspectiva, aprendemos que a veces no está mal ser diferente o defender una postura que no apoya nadie o muy pocos; sin embargo, no nos volvemos inmunes al placer que supone estar integrados en un grupo de personas.

El miedo al rechazo que produce angustia y llega a afectar seriamente a la estabilidad de la persona no es más que una radicalización de un temor que en el fondo compartimos todos. Lo cierto es que este miedo se retroalimenta, ya que puede ser precisamente la causa de que nos encontremos con el temido rechazo. ¿Por qué? Porque por miedo al rechazo, igual que cuando éramos pequeños, intentamos convertirnos en quién creemos que los demás quieren o aceptarían. Así, sin darnos cuenta, podemos provocar una sensación de artificialidad en los demás que efectivamente provoque el temido rechazo.

El temor a ser rechazado puede producir graves trastornos y problemas no sólo en lo emocional sino también en lo físico. En el momento de “enfrentarse” a la opinión o el simple hecho de participar en una reunión, la oportunidad de conocer a alguien en una cita o en una entrevista laboral, etc la persona que sufre este temor se siente amenazada, angustiada, deprimida, avergonzada, etc.; entre otros sentimientos.

Es más que frecuente que esta persona también se sienta muy insegura y hasta ansiosa, queriendo que la situación pase lo más rápido posible. Pensar simplemente en la repercusión que tendrá en los demás su vestimenta, su peinado, sus dichos, sus risas, etc, es motivo de total preocupación. Cuando se deben enfrentar a la realidad, se sonroja, sufre de palpitaciones, transpira más de la cuenta, siente la boca seca y tiene la necesidad imperiosa de “huir”, por ejemplo, pidiendo permiso para ir al baño.

Las personas más dependientes son las que padecen una gran necesidad por ser aprobados por los demás, ya sea su pareja, sus padres, sus amigos, sus compañeros de trabajo, sus colegas del instituto, su jefe, sus hermanos, sus vecinos o hasta los desconocidos. Cuando se topan con un entorno hostil o no del todo “bonito” se asustan. El miedo al rechazo es tal que tratan de imitar la conducta de los otros y se comportan de una forma muy diferente a la que realmente son.

La autocensura y el cambio de roles (o interpretación de un papel) produce la pérdida de identidad, todo por evitar la desaprobación. Pero detrás de esto, sin dudas hay un problema mucho más grave: un complejo de inferioridad y una muy baja autoestima. En la mayoría de los casos esto es una consecuencia directa de un entorno familiar demasiado exigente o autocrítico, donde los padres sólo querían que los hijos cumplan con sus expectativas y sus sueños incumplidos.

Existen también situaciones que son traumáticas durante la etapa escolar y esas heridas no sanan tan fácilmente. Por ejemplo, cuando los compañeros se burlan del que sacó malas calificaciones, lo logró saltar tan alto ni correr tan rápido, lleva gafas o bruckets en los dientes, ocurrió algo con su ropa, se equivocó frente a los demás en la clase, etc. Aunque no se crea, esto puede continuar afectando la psique de una persona durante muchos años, aún después de ser adulto y haber terminado la escuela.

En muchos casos, son los propios prejuicios los que marginan a la persona, los hacen perder su espontaneidad, su “chispa”. Cree que no tiene nada que valga la pena para aportar a la sociedad o al grupo de amigos, que no son inteligentes lo suficiente como para opinar o decir algo que sea interesante, que “sume” verdaderamente.

Es por ello que adoptan una conducta de escondite o de escape, también de anonimato, para no resaltar nunca ni llamar la atención. Piensan que nadie los quiere escuchar cuando en realidad son ellos mimos los que no toleran sus palabras. Prefieren decir “estoy de acuerdo” o “me parece bien” antes de entrar en polémica, defender una postura o discutir con alguien.

La necesidad de complacer a los demás es muy dañina para nosotros mismos, porque renunciamos a nuestros deseos y nos traicionamos, nos sentimos incómodos, evitamos reuniones, fiestas o eventos, preferimos callar, etc.

Puede ocurrir al iniciar una relación de pareja como para agradar a un jefe en un empleo nuevo. Es tal la necesidad de conseguir la aprobación que no demostramos cómo realmente somos, tememos el abandono, el rechazo y la indiferencia. Es preciso entonces romper con los prejuicios y arriesgarse un poco más a ser auténtico o espontáneo, pero sin exagerar. El cambio ha de ser paulatino y analizando los efectos que causa.

lamenteesmaravillosa.com



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: Atlantida Enviado: 20/09/2014 03:12
Hola Ikhanna, leyendo tu documental me trajo  a la memoria una parte de mi niñez, yo me crié sola, vivía con mi abuela materna desde los tres meses de nacida, y me sentía sola, a veces jugaba con unas niña que vivían enseguida de mi casa, pero la mayor parte estaba sola, jugando con mis muñecas, a veces se iban a vivir mis tíos y mi prima por un corto tiempo y era cuando jugaba con mi prima, cuando entre a primer grado, una vecinita ya mayor me llevaba a la escuela, ya estaba como en cuarto año, me dejaba y se iba.
Ahí conocí a una niña se llamaba Blanca, lo recuerdo porque yo la asociaba con Blanca Nieves, era una niña bonita, bien vestida, ella llevaba a la escuela una muñequita de cartón con todos sus vestidos, creo que tenia algo de dinero, no digo que ricos pero si un buen sueldo, era por los años 60, mi madre trabajaba lavando y planchando ropa ajena.
Blanca llevaba sus muñecas, yo no era su amiga, no fui muy social, era tímida, temerosa, y para que me dejaran verlas jugar yo le ofrecía mi tostada, era una tortilla dorada con chile, lo único que yo podía comprar con mis centavitos, pero no me importaba quedarme sin comer nada en el recreo, porque me aceptaba Blanca estar cercas para verlas jugar.
Lo bueno es que no dura muchos años, fuí cambiando con el tiempo, tuve muchas amiguitas en el barrio donde nos cambiamos ese mismo año, perdí ese año escolar, pero no me importaba, porque me iba con mi mamá a su trabajo.

Hoy no me importa si me aceptan o no, me gusta como soy, unas dicen que soy rara, otras que me encierro en mi cuando trabajo, en fin, me gusta como soy y lo principal me acepto a mi misma, sé que no soy anormal, que no me guste el alboroto, las palabras de doble sentido, el llevarme con los compañeros, no seguirles las corriente.
Cuando voy a tomar mis alimentos no lo hago sola, esta una de mis compañeras y si por alguna razón ella falta al trabajo me siento con unos compañeros de mi edad o como sola, no afecta en nada.





 
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