Todo comenzó, cuando la joven e inocente Quetzaly, se quedó prendada de un apuesto oficial de las tropas españolas. Un amor tan profundo, que a ella no le importo entregarse en cuerpo y alma, dándole a Rigoberto, tres preciosos hijos de piel tan blanca como la leche. Los años iban pasando y la azteca parecía cada vez más convencida de que su amado español, iba a pedirle que se casara con el de un momento a otro.
Pero nada de esto sucedió, ya que Rigoberto al igual que sus compañeros, prefirió desposarse con una mujer de su misma estirpe. Loca celos y movida por un irracional impulso, sacó a sus tres pequeños del hogar que hasta hace pocos días había compartido con el español y se los llevó hasta el lugar donde las aguas de lago se batían violentamente contra las rocas. Sin pensárselo un momento, les dio un gran empujón a los tres asustados chiquillos, que se perdieron instantáneamente en los embravecidos remolinos y salió corriendo sin rumbo fijo.
Horas después, cuando se dio cuenta del terrible crimen que había cometido, subió hasta lo más alto del Popocatépetl y se lanzó al ardiente cráter. Desde ese mismo día, cientos de personas afirman, escuchar en lo más profundo de la noche unos terribles gemidos de mujer, llamando a sus hijos perdidos.