Clausuras Interiores
Yo soñaba, despacio, geografías;
soñaba accidentes, el curso de los ríos,
acantilados, océanos, caminos,
y mares, y montañas; y mapas, y fronteras.
Comprometí, compuse senderos de ti -perfectos-.
Atrás habían quedado los templos interiores,
las catacumbas, el pan, el vino, el agua,
las especias; y del recuerdo, resguardaba mi
espalda la última clausura de la luna.
Todo era mío: te soñaba; y acomodada en el
vértigo, dibujaba -perfectos- la espina, el pájaro,
la rama.
Te soñaba. Despacio. Con los brazos abiertos
como alas; y recreándose, mimaba mi voz tu
voz en cada sílaba: baldío fue acurrucar el
alma en la palabra, baldío retenerte en el
escorzo en vuelo de tu nombre,
y baldío escribirlo en el agua.
Baldío; sin riendas, sin dueño: un temblor,
un reflejo, el grito -murmurado bajito-
otra vez; otro nombre; y lo supe.
Mi tren, dragón devorador de inocentes
princesas, resoplaba en la vía
-«nunca digas adiós, da mala suerte»-
y el horizonte tiñéndome los ojos,
y allí, en el meandro de la memoria donde
se ensancha el río, el beso de la pluma,
del tacto, del papel, y del lápiz con el que
escribo esta nota sin un adiós al fondo,
trastocaba mi tristeza en ternura; en tus
manos -colibrí o paloma, espina, rama-
un poema; y en las mías, con un sello, la
hoja emborronada, y un destino ilegible;
como resucitar recuerdos tan sólo por el gusto
de volver a enterrarlos o como haber nacido con
la piel vieja ya, y herida de muerte el alma.
Blanca Sandino