Desde los cuatro puntos cardinales de nuestro buen planeta —joven, pese a sus múltiples arrugas—, miles de inteligencias poderosas y activas para ensanchar los campos de la ciencia, tan vastos ya que la razón se pierde en sus frondas inmensas, acuden a la cita que el progreso les da desde su templo de cien puertas.
Obreros incansables, yo os saludo, llena de asombro y de respeto llena, viendo cómo la Fe que guió un día hacia el desierto al santo anacoreta, hoy con la misma venda transparente hasta el umbral de lo imposible os lleva. ¡Esperad y creed!, crea el que cree, y ama con doble ardor aquel que espera.
Pero yo en el rincón más escondido y también más hermoso de la tierra, sin esperar a Ulises, que el nuestro ha naufragado en la tormenta, semejante a Penélope tejo y destejo sin cesar mi tela, pensando que ésta es del destino humano la incansable tarea, y que ahora subiendo, ahora bajando, unas veces con luz y otras a ciegas, cumplimos nuestros días y llegamos más tarde o más temprano a la ribera.
|