RAFAEL MARÍA BARALT
ADIOS A LA PATRIA
Tierra del Sol amada, Donde inundado de su luz fecunda, En hora malhadada Y con la faz airada Me vio el lago nacer que te circunda.
Campo alegre y ameno, De mi primer amor fácil testigo, Cuando virgen, sereno, De traiciones ajeno, Era mi amor de la esperanza amigo,
Adiós, adiós te queda. Ya tu mar no veré cuando amorosa Mansa te ciñe y leda, Como joyante seda Talle opulento de mujer hermosa.
Ni tu cielo esplendente De purísimo azul y oro vestido, Do sospecha la mente Si en mar de luz candente La gran mole de sol se ha convertido.
Ni tus campos herbosos, Do en perfumado ambiente me embriagaba, Y en juegos amorosos, De nardos olorosos La frente de mi madre coronaba Ni la altiva palmera, Cuando en tus apartados horizontes Con majestad severa Sacude su cimera, Gigante de la selva y los montes.
Ni tus montes erguidos Que en impío reto hasta los cielos subes, En vano combatidos Del rayo, y circuidos De canas nieves y sulfúreas nubes.
Adiós. El dulce acento De tus hijas hermosas: la armonía Y suave concento De la mar y el viento, Que el eco de tus bosques repetía;
De la fuente el ruido, Del hilo de agua el plácido murmullo, Muy más grato a mi oído Que en su cuna mecido Es grato al niño el maternal arrullo;
Y el mugido horroroso Del huracán, cuando a los pies postrado Del ande poderoso, Se detiene sañoso Y a la mar de Colón revuelve airado;
Y del cóndor el vuelo, Cuando desde las nubes señorea Tu frutecido suelo, Y en el campo del cielo Con los rayos de sol se colorea;
Y de mi dulce hermano, Y de mi tierra hermana las caricias, Y las que vuestra mano En el albor temprano De mi vida sembró, gratas delicias,
¡O h madre, oh padre mío! Y aquella en que pedisteis, mansión santa, Con alborozo pío El celestial roció Para mi débil niño, frágil planta
Y tantos, aymé, tanto, Marcan a mis quebrantos Breve tregua tal vez con mi memoria;
Presentes a la mía En el vasto palacio o la cabaña, Hasta el postrero día Será mi compañía, Consuelo y solo amor en tierra extraña.
Puedas grande y dichosa Subir, ¡oh patria!, del saber al templo, Y en carrera gloriosa Al orbe, majestosa, Dar de valor y de virtud ejemplo
Yo a los cielos en tanto Mi oración llevaré por ti devota, Como eleva su llanto El esclavo, y su canto, Por la patria perdida, en triste nota
Duélete de mi suerte; No maldigas mi nombre, no me olvides; Que aun cercano a la muerte Pediré con voz fuerte Victoria a Dios en tus fatales lides.
¡Dichoso yo si un día A ti me vuelve compasivo el cielo; Dulce muerte me envía, Y me da, patria mía, Digno sepulcro en tu sagrado suelo.
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