La Esmeralda Encantada
Hace muchos, muchos años hubo una vez un niño que
solía jugar debajo de un gran pino cercano a su casa.
Después de cada lluvia, alrededor del árbol brotaban
muchos hongos, alineados en forma de circulo, que
servían de asiento a un grupo de pequeños gnomos, tan
chiquitos como muñequitos pero capaces de hacer cosas maravillosas.
Al poco tiempo de conocerse, el muchacho
y los gnomos ya eran grandes amigos.
Francisco que así se llamaba el niño, mantenía en secreto
esa amistad, porque la gente no suele creer
en los gnomos, pero se divertía mucho con ellos.
Pero llego el invierno y el padre del muchacho decidió
hacer leña ese pino. Francisco le rogó de todas formas
que no cortara ese árbol, ya que era la morada de
sus extraños amigos, el padre acepto su pedido a
condición de que Francisco se ocupara de conseguir
la leña para la casa durante todo el invierno.
El chico paso ese invierno trabajando muy duro,
recorriendo la comarca juntando leña para cumplir
la promesa que salvaría al pino, y el padre
cumplió la suya, porque así son los padres.
Llegada la primavera los gnomos se enteraron del
sacrificio realizado por Francisco para salvar su viejo
árbol y decidieron recompensarlo regalándole
una cadena de oro con una gran esmeralda.
Esta piedra- le dijeron- tiene poderes mágicos que te
darán toda la felicidad; mientras la lleves en el cuello
serás amado, conseguirás para ti todo lo que quieras y
llegaras a ser inmensamente rico. Para el resto de los
hombres solo será una piedra, muy valiosa, pero sin esos poderes.
Muy pronto Francisco comprobó la verdad de esas palabras:
tenia cuanto deseaba y todo lo que emprendía le
salían bien sin ningún esfuerzo, aunque como no
ambicionaba riquezas, poco uso le daba a su esmeralda encantada.
Pero ese verano hubo una gran sequía y el hambre se
apodero de hombres y animales, porque
se perdieron todas las cosechas.
Francisco intento, solucionar esos males con su piedra
encantada, pero todo fue en vano, sus poderes solo
actuaban para él, pero no para los demás. Podría salvarse
del hambre y la miseria, pero nunca ayudar a sus semejantes.
Rápidamente corrió hasta la ciudad más cercana, vendió
la piedra por la cual le dieron una fortuna, y volvió
a su comarca con una enorme carreta cargada de
alimentos, ropas, y hasta grano para los animales.
Para que nadie se enterara de que había sido él quien
trajera todo eso, lo fue dejando frente a
las casas de noche sin que lo vieran.
A la mañana siguiente, todos encontraron los grandes
paquetes frente a sus puertas y fue como un día de reyes.
Hubo alegría y alivio, aunque nadie sabia a quien darle las gracias.
Pero Francisco estaba preocupado, porque tendría que
confesar a sus amigos los gnomos, que se había
desprendido de la maravillosa piedra que le regalaran.
Lo hizo con un poco de miedo, pensando que se enojarían.
Pero los gnomos comprendieron que Francisco no
necesitaba una piedra encantada para ser feliz, le
bastaba con su propia bondad. Por eso le hicieron
otro obsequio para que llevara en su cuello; esta vez le
dieron un humilde pañuelo, ajustado con un
pequeño anillo, echo con un hueso de caracu.
Ese pañuelo –tan parecido al qué usan los scouts- le
recordaría siempre que de nada valen las riquezas ni
la propia felicidad cuando no se las puede compartir,
que lo que se consigue sin esfuerzo carece de verdadero
valor y que el amor al prójimo es la mayor alegría que alguien
puede gozar, porque no hay felicidad mas linda que dar felicidad.
Autor Desconocido
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